viernes, 28 de junio de 2019

HERBJØRG WASSMO, La habitación muda.

Esta novela es la segunda de la «Trilogía de Tora», leí La casa del mirador ciego, la primera novela de la trilogía, hace tres años y me gustó bastante, sin embargo dejé aparcada esta segunda que ya tenía cuando leí la primera. La habitación muda me ha absorbido por completo, hasta tal punto que estaba dispuesta a seguir con la tercera y acabar la trilogía. Pero me he dado cuenta que la novela que pensaba que era el final de la trilogía, no lo es. Qué decepción. 


Igual que ocurre con la primera novela, el tema de una niña que sufre abusos sexuales y maltrato, es un tema universal muy frecuente en la literatura y el cine. Sin embargo, la hace especial y diferente la manera de contarlo de Wassmo, que narra de forma directa y con descripciones de las emociones que se acercan más a la poesía que a la narración. Construye imágenes y metáforas llenas de vida que encojen el estómago en más de una ocasión. Además parece un thriller, el suspense te atrapa.

Tora, la protagonista de la historia, y otros personajes viven en El Hormiguero, así llamado el edificio construido en torno a finales del siglo XIX y principios del XX. Se trata de una casa de tres pisos y un sótano bastante desvencijado por el viento del sudoeste, la nieve y la lluvia. 

El tono es intimista, pero suceden cosas, da pinceladas interesantes del trasfondo histórico pese a que la isla parece una cáscara de nuez navegando en el agitado mar de Noruega. Igual que en la primera novela narra una niña que inicia la adolescencia, desde su microcosmos de soledad. Tora desconoce su origen, es la hija de Ingrid y un alemán durante la ocupación de Noruega que murió. Y cuando lo conoce trasforma la vergüenza en un recurso para huir de otra vergüenza, «la peligrosidad». Su soledad se incrementa al vivir en una pequeña localidad, donde todo el mundo se conoce, que forma parte de las islas del norte con un invierno muy crudo y largo. 

Tora enternece, Tora inspira amor, Tora perece haberse librado de «la peligrosidad» en esta segunda novela porque está en la cárcel, eso le proporcionará una cierta alegría y seguridad que será destroza por la vuelta de «él». Y hasta aquí puedo contar. 

La protagonista tiene antenas muy finas y sensibles para encontrar a su alrededor personas en las que apoyarse, su tía Rakel y su marido Simon, especialmente. Parece que puede escapar de «la peligrosidad» y de la miseria en la que vivían la mayor parte de las familias que habitaban la isla, con trabajos relacionados con la pesca y siempre precarios. Salir de la isla para estudiar el bachiller es el camino de la liberación, pero no será tan fácil. 
Los libros, la colcha de punto… Detrás de la cortina enrollable era todo suyo. No tenía nada que temer. Y cuando subía las cortinas por la mañana veía las casas de la acera de enfrente como una pared segura. No echaba de menos el mar ni el cielo. Sabía que seguían ahí y que reaparecerían de camino al instituto. Siempre estarían en algún sitio. Aquí no necesitaba más que la gran llave anticuada, la gran puerta de roble y una taza de té caliente. Se apoyaba en sí misma. Eso le daba libertad (269-270). 
La historia está situada diez años después de acabada la II Guerra Mundial.

martes, 18 de junio de 2019

ANDRÉS TRAPIELLO, El gato encerrado

No sabía que este escritor se había embarcado desde 1987 e escribir unos Diarios de los que se han publicado más de 20 volúmenes, con el título genérico de Salón de los pasos perdidos

Quise empezar por el primero, El gato encerrado, pero como no pretendo leer todos los iré leyendo según los encuentre, a poder ser en librerías de viejo como él hace. Como no habla de cuestiones concretas, ni de hechos de actualidad, el orden es indiferente. 


Trapiello habla sobre la vida común y corriente de un escritor, con sus rutinas, sus manías y sus momentos excepcionales. Sus reflexiones sobre cualquier tema resultan deliciosas, porque el autor escribe magníficamente bien. Literatura, viajes, paseos, encuentros (no da nombres reales), librerías de viejo, el Rastro, Madrid o un pequeño pueblo de Extremadura donde pasa los veranos, son temas que fluyen con facilidad.
Los libros van y vienen, asoman y desaparecen como esos trozos de madera que traen las olas. Uno busca un libro durante tres o cuatro semanas en los estantes de su biblioteca sin encontrarlo y de pronto, zas, en ese mismo lugar donde habíamos mirado cien veces, sólo que un año más tarde, aparece con cara de no haber roto un plato en su vida (38). 

¿A quién no le ha sucedido esto en alguna ocasión? 

A veces sus pensamientos son frases cortas y otras, reflexiones más largas. No escribe ni mucho menos cada día y no hay fechas más allá de las estaciones que aparecen con naturalidad en sus paseos u otras circunstancias. 

Muy recomendable.

sábado, 8 de junio de 2019

JULIÁN BARNES El ruido del tiempo

Hacía tiempo que quería leer algo de Barnes, este libro lo tenía en casa hacía meses (quizás más de un año) pero no me había decidido a empezarlo. Pero le llegó su momento y su lectura ha sido agradecida e interesante.


La historia parte de una escena extraña, con la que se cerrará la novela: un andén en plena II Guerra Mundial y unos pasajeros que descienden de un tren en una estación cualquiera porque el tren se detiene y comparte un vasito de vodka con un tullido que estaba en la estación. El fragmento en cursiva se cierra así: 
Cuando los dos viajeros ya habían vuelto a ocupar sus asientos, el que escuchaba casi había olvidado lo que había dicho. Pero el que recordaba sólo acababa de empezar a recordar (13). 
En enero de 1936, Stalin asiste a una representación de Lady Macbeth de Mtsensk del compositor Dmitri Shostakóvich. Dos días después aparece en el Pravda un editorial que acusa a su ópera de decadente. Shostakóvich sabe que el origen de la crítica es Stalin y el miedo se instala en su vida para siempre.

Fueron los años del terror stalinista, de la depuración del propio partido comunista ante el temor de Stalin a que cualquiera le pudiera hacer sombra, fueron los tiempos del culto a la personalidad y de la etapa totalitaria más dura de la dictadura comunista. ¿Cómo hacer compatible el arte con el poder absoluto y no morir en el intento? Parece que solo doblegarse o huir, permite salvar la vida y eso hizo Shostakóvich. 

Sombría, pesimista, realista, consciente de la magnitud del Poder totalitario.

Cuando decir la verdad se volvía imposible –porque conducía a una muerte inmediata- había que disfrazarla. En la música popular judía, la desesperación se disfraza de danza. Y, por ende, el disfraz de la verdad era la ironía. Pues el tirano rara vez tiene el oído afinado para oírla (98). 
Una buena lectura.