En menos de dos meses he leído estas dos obras de Baricco por un cúmulo de circunstancias que encajan con el argumento que siempre defiendo de que los libros me llaman a mi, deciden cuando es el momento de ser leídos, y no al contrario.
Seda hace tiempo que lo había comprado y no recuerdo el
motivo. Leí positivamente de Mr Gwyn y decidí leer primero Seda aprovechando uno de los viajes que
hago en tren ya que por su ligereza era
adecuado. Me vino bien para descansar del extenso libro que estaba acabando, 2666, de Roberto Bolaño. Lo leí en poco
más de un día. Un mes y medio después he leído Mr Gwyn
en cuatro días. Seda tiene 125 páginas y su título puede responder, tanto al oficio
de su protagonista, Hervé Joncour, comerciante de huevos de gusanos de seda,
como a las referencias más sutiles a las túnicas de seda de una bella mujer,
cuyos ojos “no tenían sesgo oriental”, pero sólo hablaba japonés.
Mr Gwyn tiene 178 páginas y su título es
el nombre de su protagonista, un escritor que decide dejar de escribir.
Oportunamente, tiene como trasfondo Londres, ciudad en la que he estado a
principios de este mes de febrero.
Alessandro Baricco nació en Turín en 1958, es novelista, dramaturgo y periodista. No se conoce mucho de su persona puesto que detesta conceder entrevistas.
Seda es una historia de amor, una extraordinaria historia de amor, pero también una historia de dolor y de deseos insatisfechos. Todo ello descrito con un ritmo narrativo pausado, sutil y con destellos de un erotismo suavísimo como la seda más refinada:
Una vez había tenido entre los dedos un velo tejido con hilo de seda japonés. Era como tener entre los dedos la nada.
Por otro lado, con breves pinceladas describe la última etapa de un Japón completamente aislado del mundo y de la imposición, a través de la guerra, de su apertura al comercio internacional. Ese momento, década de los sesenta del siglo XIX, es el inicio del Japón Meijí y de una apertura hacia occidente para evitar un proceso colonizador que amenazaba al país. Baricco retrata ese momento de tránsito de una sociedad tradicional y aislada a una sociedad occidentalizada, que preservará elementos tradicionales hasta la actualidad, a través del enigmático personaje de Hara Kei, dueño y señor de la enigmática joven de la que queda prendado Hervé Joncour.
Destaca en la historia la larga carta de una mujer enamorada, una de las claves más interesantes de la novela. Un fragmento como muestra:
(…) porque te deseo, morderé la piel que late sobre tu corazón, porque te deseo, y con el corazón entre mis labios tú serás mío de verdad, con mi boca en el corazón tú serás mío para siempre, si no me crees abre los ojos, amado señor mío, y mírame, soy yo, quién podrá borrar este instante que sucede, y este cuerpo mío ya sin seda, tus manos que lo tocan, tus ojos que lo miran, tus dedos en mi sexo, tu lengua sobre mis labios, tú que te deslizas debajo de mí, aferras mis caderas, me levantas, dejas que me deslice sobre tu sexo, despacio, quién podrá borrar esto, tú dentro de mi moviéndote lentamente, tus manos en mi rostro, tus dedos en mi boca, el placer en tus ojos (…) p. 112
Una historia que va más allá de la ternura y el erotismo y que destaca por su belleza y sensualidad. Hay también propuesta cinematográfica.
Mr Gwyn es un escritor que vive en Londres y decide dejar de
escribir. Buscando una alternativa decide hacerse copista y determina que la mejor manera será hacer retratos escritos. Para ello inventa un
método peculiar que le inspire y le permita encontrar la esencia de la persona
retratada. Cuenta con la colaboración de una mujer joven, Rebecca, a la que
hará su primer retrato.
Estamos ante una historia de amor, un canto a la
vida y una manera, creíblemente increíble, de ver la vida.
La primera parte del libro me andaba aburriendo
hasta que todo empieza a encajar y cobra un interés, para mí, extraordinario.
Me creo la historia porque enlaza conmigo misma de una manera extraña e
inquietante. Un fragmento:
Tardó tiempo en acostumbrarse a la
idea de que las cosas eran así, y en encontrar de nuevo la limpidez de un deseo
necesario. Tuvo que retroceder para recordar la pureza de lo que andaba
buscando, y la limpieza que había llegado a desear, en el corazón de su propio
talento. Lo hizo con calma, dejando que remontara por sí misma la alegría que
conocía –las ganas. Luego, gradualmente, se puso manos a la obra (p. 133-134).
Interesante escritor.
La imagen del autor y el vídeo han sido tomados de google.