Cuando leí La carretera decidí seguir leyendo a este autor que me pareció muy interesante tanto por el contenido como por la forma de narrar que quedó recogida en la reseña que hice en su momento.
Después leí la referencia de Suttree en el blog de Yossi y decidí que seguiría por esta novela.
La novela tiene 562 páginas y la he leído en una edición de bolsillo con una letra más bien pequeña.
El título hace referencia al protagonista de la novela, Cornelius Suttree.
Sobre Cormac McCarthy ya hice una referencia en la anterior reseña que se puede consultar siguiendo el enlace anterior.
Cornelius Suttree, que por breves referencias, llevaba una vida normalizada decide abandonar todo y se traslada a vivir a la ciudad de Knoxville (1951) en una barcaza a orillas del río Tennessee. La novela gira en torno a las vivencias y a las emociones que Suttree experimenta en su relación con las personas que le van saliendo al paso. Vive como un vagabundo y entre ellos en un ambiente lumpen de supervivencia al límite. Pese a ello, Suttree es una persona con unos valores bastante sólidos, generoso y solidario en un mundo precario y cercado por el alcohol y las drogas. Un mundo de pobreza y marginalidad en la que se estructuran unas redes de cooperación peculiares en las que el protagonista es un referente.
Suttree vive en el río y del río, pesca y vende sus capturas en el mercado de la ciudad, sus necesidades son muy escasas pero en muchos momentos pasa hambre y frío por falta de medios económicos. Así describe el mercado:
Había vendedores y pedigüeños, había predicadores callejeros que arengaban frenéticos a un mundo condenado con un vigor que los cuerdos desconocían. Suttree los admiró por sus ojos ardientes y sus biblias gastadas, ladradores de Dios irrumpiendo en el mundo como los profetas de antaño. Muchas veces se había acercado a la multitud por ver si pescaba alguna información sobre la degradación humana (p. 83).
Alrededor de Suttree pivotan algunos peculiares personajes como el joven Harrogate, el viejo ferroviario, el chatarrero y todo un universo de personajes que se ayudan entre sí, dentro de sus posibilidades, y de lo que el alcohol les permite… tristes hijos del destino cuyo hogar es el mundo (p. 460). La relación de Suttree con las mujeres es bastante desgraciada en las pocas ocasiones que logra tener algo parecido a una pareja.
Allí sentada ofrecía demasiada vista de su cuerpo, la amplia extensión del muslo envuelto en medias incorpóreas y las ligas que fruncían la carne pálida y sus pechos firmes (...). Suttree se dejó abrumar poco a poco por la escandalosa percepción de ella. Sus vasos chocaron sobre la mesa. Su lengua, tórrida de especias, gruesa dentro de la boca de él y ella tocándole por todas partes como la verdadera bruja de la jodienda (p. 468).
Al final de la novela Suttree acaba enfermo de fiebre tifoidea y sufre una larga alucinación que es de los pasajes más extraordinarios de la novela. Su enfermedad, la muerte de uno de sus amigos en un enfrentamiento con la policía y el arresto de Harrogate, conducen a Suttree a abandonar el río y la ciudad perdiéndose en el anonimato de una vida peculiar…
El río es un elemento natural cargado de simbología. El agua es la vida. El río lleva agua, agua que fluye, que se deja ir, en el camino se va llenando de circunstancias. Puede ser apacible o bravo, caudaloso o discreto. McCarthy utiliza el río para escribir la metáfora de la vida, con su discurrir imprevisible. Sin llegar al límite de la desesperanza en que nos coloca La carretera, ronda ese ámbito y nos coloca en una situación angustiosa que salva justamente la generosidad de ese personaje que en situación de supervivencia límite es capaz de salvar unos valores de humanidad mínimos que aportan una cierta esperanza (igual que en La carretera con la figura del niño).
En Suttree se mantiene ese lenguaje sobrio, contundente, agudo, penetrante y lúgubre que no llega al extremo de La carretera.
…incluso un falso presagio del mundo del espíritu es mejor que nada (p. 30).
El remordimiento alojado en su gaznate como una escoria grande de sal.
En lo más profundo de sus ojos inundados un escabullirse de hojas secas (p. 184)
Un lenguaje que combina con maestría la crudeza y el lirismo con una habilidad asombrosa.
El agua le cantó en la cabeza como si fuera vino. Se sentó. Un oscilante muro de laurel verde y los árboles allí tiesos. Articulándose en la suave brisa del bosque un alfabeto arbóreo para mudos. Las piedras despedían puntitos de luz casi azul. Suttree sintió que una intensa lasitud hacia mella en su nuca y sus omóplatos. Se dejó caer y cruzó las muñecas sobre el regazo. Contempló un mundo de hermosura infinita. Vieja sangre celta por línea materna escondida en algún recoveco de su cerebro le movió a platicar con los abedules, con los robles. Un fuego verde y fresco prendía sin tregua en el bosque y pudo oír los pasos de los muertos. Todo se había desprendido de él. Apenas si podía decir dónde terminaba su ser o dónde empezaba el mundo y tampoco le importaba (p. 346).
Una lectura que recomiendo sin dudarlo. Por mi parte seguiré leyendo su obra.