Esta novela la compré en edición de bolsillo hace unos meses, no recuerdo los motivos, quizás leí alguna referencia (si es así, lo he olvidado) o quizás me gustó el título y la portada en la que una niña, vestida de blanco, se mira en el espejo, sentada sobre un taburete demasiado pequeño para ella… ¿está despidiéndose de su infancia?
La novela tiene 504 páginas y su título se desvela, en parte, en la primera página del libro:
“Ya entrada la tarde, el sol declinaba sobre el patio en penumbra de la casa de Francie Nolan y sus rayos calentaban la madera roída de la verja. El único árbol que había allí no era un pino, ni un abeto. Sus hojas lanceoladas se extendían por las varitas verdes que irradiaban del tronco como si fueran sombrillas abiertas. Algunos lo llamaban el árbol del cielo, pues allí donde caía su semilla crecía otro que luchaba por llegar arriba. Lo mismo florecía entre cercas que entre escombros; era el único árbol que podía brotar de las grietas del cemento. Se esparcía frondoso, pero únicamente en las barriadas populares” (p. 11).
Queda definitivamente claro en la última página:
“Habían cortado el árbol cuyas hojas como sombrillas se enroscaban por encima y por debajo de la escalera de incendios porque las mujeres se quejaban de que la ropa que colgaban a secar se enredaba en las ramas. El propietario del edificio había enviado a dos hombres para que lo derribasen a hachazos.
Pero el árbol no había muerto: subsistía aún…
Un nuevo árbol había nacido del tocón que habían dejado y su tronco se había arrastrado por el suelo hasta llegar a un lugar donde no había cuerdas para colgar ropa. Luego había crecido hacia arriba, buscando el cielo” (p. 504).
Ese árbol, como la familia de Francie Nolan que viven en Brooklyn, es pobre y sencillo y, pese a las dificultades, mira al cielo (que no a dios).
La autora, de nombre Lilian Elizabeth Wehner (1896-1972), nació en una familia humilde de emigrantes alemanes; estudió en la escuela de su barrio hasta los catorce años, poniéndose a trabajar en diversos oficios. Desde 1915 hasta 1917 estudió en la Girl´s High School. Se trasladó a Michigan, y ya madre, estudió Derecho en la Universidad de Michigan, al tiempo que tomaba clases de teatro, y comenzaba a escribir obras de teatro…; en cierta manera la historia de la protagonista de la novela.
Un árbol crece en Brooklyn (1943), fue un best-seller nada más ser publicado, se convirtió en musical unos años más tarde y el director Elia Kazan eligió su historia para su ópera prima (en España traducida como
Lazos humanos). Y aunque, medio siglo después, son pocos los ecos que quedan de este éxito, escritores como Paul Auster la tienen entre sus volúmenes de cabecera.
La novela está dividida en cinco libros que en total relatan la infancia y adolescencia de una niña, Francie Nolan, hasta la edad de 17 años. La novela describe la dura vida de una familia de inmigrantes europeos en Williamsburg, suburbio de Brooklyn (Nueva York), en las dos primeras décadas del siglo XX.
Este barrio tiene gran protagonismo en la novela, en él “siempre había música, (…) en aquellos lejanos veranos se bailaba y cantaba en las calles de Brooklyn. Aunque los días podían parecer alegres había algo triste en aquellas tardes estivales, en aquellos chicos de cuerpo flaco (…), que rondaban cantando con voz monótona y taciturna” (p. 123). La novela no llega a caer nunca en el melodramatismo por dos razones, la primera por la encendida defensa que la familia Nolan hace del orgullo y la dignidad de los trabajadores que no admitían vivir de la beneficencia. Para afrontar la dureza de la vida es vital la
imaginación, como decía la abuela de Francie:
“(…) la niña tiene que poseer algo muy valioso que se llama imaginación. Necesita crearse un mundo de fantasía todo suyo. Debe empezar por creer en las cosas que no son de este mundo; luego, cuando el mundo se haga demasiado duro para soportarlo, podrá refugiarse en su imaginación” (p. 93).
Por eso cuando Francie Nolan aprende a leer, su alegría no tiene límites:
“¡Sabía leer! A partir de entonces el mundo se hizo suyo a través de la lectura. Nunca más se sentiría sola, nunca más añoraría la compañía de un amigo querido. Los libros se volvieron sus únicos aliados. Había uno para cada momento: los de poesía eran compañeros tranquilos, los de aventura eran bienvenidos cuando se aburría, y las biografías cuando deseaba conocer a alguien. Ya adolescente, llegarían las historias de amor” (p. 172).
En segundo lugar, por los momentos de humor que se intercalan y que protagonizan, sobre todo las tías de Francie, Sissy y Evy. Es una novela de mujeres, ellas son las protagonistas y las que sacan adelante a sus familias, a pesar de que las mujeres Rommely (la madre de Francie, Katie, y sus dos hermanas) “no pueden dormir sin un hombre”.
A pesar de la miseria y las penurias, la novela respira optimismo:
“La gente siempre cree que la felicidad es algo que se pierde en la distancia (…), una cosa complicada y difícil de conseguir. Sin embargo, ¡qué pequeñas son las cosas que contribuyen a ella! Un lugar para refugiarse cuando llueve, una taza de café fuerte cuando una está abatida, un cigarrillo que alegre a los hombres (ejem… es que estaba mal visto que fumaran las mujeres…), un libro para leer cuando una se encuentra sola, estar con alguien a quien se ama” (p. 469).
La esperanza en la educación y en el trabajo, para salir de la pobreza, hacía de esta novela un referente del llamado
sueño americano. Pero, a la vez, reflejaba a la perfección la vida de miles de inmigrantes que sobrevivían a duras penas en la Nueva York de comienzos de siglo. Las clases trabajadores se sintieron plenamente identificadas con
Un árbol crece en Brooklyn y, sobre todo, con las denuncias de abuso a que eran sometidas y la pobreza en la que subsistían.
RECOMENDACIÓN: me parece una hermosa novela de las que calienta el corazón, quizás algo sentimental, y con trasfondo social. Cuenta una hermosa historia familiar basada en la solidaridad y el cariño, sin grandes muestras de afecto, por la dureza de la vida… al igual que el árbol de los pobres que pese a las dificultades… mira hacia el cielo.