No sé cómo es que he tardado tanto en leer a Michon. Supongo que tiene que ver con un equívoco: pensaba que Michon era norteamericano y que era de esos escritores complicados y pesados tipo DeLillo (que tampoco he leído y que igual estoy tan equivocada como con Michon). Y ahí se hubiera quedado en la estantería de no ser por el acuerdo al que llegué con Marcelo Z. de hacer otra de nuestras lecturas (interoceánicas) conjuntas. Descartamos algunos otros libros y, al final, fue Michon. Así que mi sorpresa fue agradable al ver que era sencillo y agradable de leer.
Os invito a visitar su blog, Libros en Estéreo (haz clic y te llevo) que siempre es placentero de leer y encontraréis su manera de sintetizar nuestra lectura conjunta.
Utilizo mucho el término genealogía que vendría a explicar cómo nuestros antepasados, familia o no, pueden explicar lo que somos hoy. Me parece que Michon construye esa genealogía. Describe la rutina del campesinado pobre de pequeños pueblos franceses con una vida repetitiva y aburrida. Son vidas minúsculas de personajes pobres, el patriarcado está bien instalado, las mujeres están ahí, Michon las trata bastante bien pero no cuentan en las decisiones importantes. Estoy convencida que el alcohol es una constante en esa genealogía familiar y, quizás, trastornos mentales que también aparecen. La consanguinidad en medios cerrados también debía ayudar. Las relaciones de pareja suelen ser desastrosas en la novela y es más benevolente con las mujeres que con los hombres.
Las historias que tejen la novela son historias irrelevantes, minúsculas, historias que no entrarían nunca en la Historia con mayúscula por su pequeñez. Sin embargo, otra cosa es la literatura, ahí esas vidas minúsculas nos resumen la «verdad» de la naturaleza humana (aunque quizás muy localizada en ese medio rural en el que se desarrollan).
Una novela excelente, dan muchas ganas de seguir leyendo su obra.