viernes, 28 de agosto de 2020

Juan Gómez Bárcena, Ni siquiera los muertos

 

Juan de Toñanes, soldado licenciado de las conquistas del «Nuevo Mundo», aceptó apresar a un indio renegado (llamado también Juan). Para detenerlo inició una persecución hacia el norte que la podemos situar en el siglo XVI, recién concluida la conquista.

Esta persecución trasciende los siglos puesto que continúa, entremezclando muchas aventuras e historias, en los siglos posteriores hasta llegar a la actualidad y encontrarse en las puertas de EEUU, en la frontera entre México y los EEUU de Trump. Resulta estremecedor el relato de los feminicidios de Ciudad Juárez.

El libro está bien escrito y muchas de sus historias tienen interés y se disfrutan, sin embargo me parece que se ha dispersado demasiado al saltar tantos siglos. No obstante es un intento en gran parte exitoso.  

martes, 18 de agosto de 2020

Yang, Jenny Chan, Xu Lizhi, Li Fei y Zhang Xiaoqio, La máquina es tu amo y señor



Un libro breve pero muy esclarecedor. Nunca nos preguntamos qué hay tras nuestros aparatos electrónicos. ¿Qué hay tras la admirada tecnología del mundo rico? En este libro nos dan la respuesta que se invisibiliza sistemáticamente para mantener el mito de Silicon Valley y de su esperanza de crear un mundo justo y pacífico por poner al alcance de todos/as las «herramientas informáticas» (p. 100). 

Nuestra creencia en la omnipotencia tecnológica nos ha conducido a no cuestionar el consumismo inducido por las nuevas tecnológias. De la misma manera se han invisibilizado los millones de personas trabajando en condiciones de casi esclavitud y cuya forma de protesta es el suicidio. 

El ejército de esclavos de la electrónica son cientos de miles de jóvenes migrantes: el retrato de una superviviente, Tian Yu, obrera de Foxcoon, sirve de hilo conductor a la socióloga Jenny Chan para analizar el recorrido de estos trabajadores. En ese otro lado del mundo, cuando la vida es secuestrada por el capitalismo, la última forma de desobediencia es prescindir del cuerpo productivo propio. Parece que solo es posible visibilizar las condiciones en que millones de chinos trabajan saltando desde el tejado de un edificio.

Deberíamos repensar la materialidad de nuestra existencia.

sábado, 8 de agosto de 2020

Yishai Sarid, El monstruo de la memoria

Empezaré por el final, hacía tiempo que no me sorprendía tanto un final como el de El monstruo de la memoria. Por razones evidentes no puedo comentarlo, tampoco sé si se entendería esa sorpresa si no se ha leído la novela.


Hace tiempo que tengo muchas pegas a la importancia que se da a la memoria histórica, más de una vez he afirmado que es un oxímoron y que o es memoria o es historia, pero no ambas cosas. Es evidente que me inclino por el rigor de la historia, es bien cierto que un exceso de historia crítica puede menoscabar el consenso sobre lo que una sociedad necesita recordar u olvidar. 

La memoria me incomoda porque hace tiempo que he detectado que se busca rescatar el pasado para servir al presente y al futuro. Por ello, como señala Jacques Le Goff , no sorprende que los ejercicios colectivos de rememoración histórica se parezcan mucho más al mito, por un lado, y a la propaganda política, por el otro, que a la historia. No voy a defender aquí la superioridad de la historia por su supuesta objetividad, pero sí que es cierto que esta disciplina cuando se hace con propiedad siempre es crítica y sus reflexiones (aunque algunas veces pueden ser útiles a la sociedad) no pretenden ser instructivas.

¿Qué plantea la novela de Yishai Sarid? Un narrador-protagonista, un historiador israelí, escribe una carta en la que el experto se dirige al presidente de Yad Vashem, una institución de Israel que tiene el objetivo de mantener viva la memoria de las víctimas del Holocausto. En esta carta hay una profunda reflexión sobre el papel de la memoria que él se ve obligado a sostener al convertirse en un experto guía de grupos (sobre todo alumnos/as de enseñanza secundaria) que visitan en Polonia los campos de exterminio. 

Conforme estas visitas guiadas se multiplican, el protagonista se va dando cuenta de que se ha convertido en una especie de relator de la memoria oficial y se rebela ante ese papel. Hay un hecho que le hace darse cuenta que la memoria se puede convertir en un monstruo (al estilo del «sueño de la razón produce monstruos» de Goya): la opinión de un adolescente, de uno de los grupos que guiaba, que plantea tranquilamente que creía que «para sobrevivir también tenemos que ser un poco nazis».

Este y otros hechos le van desvelando que la autoridad de la memoria colectiva depende de que no se indague con excesiva insistencia en los datos objetivos y de que no haya excesiva preocupación sobre su contingencia, y de que en cambio se permita ser arrastrados por intensos sentimientos revestidos de los variados hechos históricos. 
«Me asqueaba tanto mito, tantas ideas, aquella curiosidad enfermiza» (p. 116).
Para evitar esa simplicidad, esquematismo y mitificación, el protagonista intenta dar explicaciones más profundas y complejas, planteando a la vez preguntas incómodas. Este cambio de posición le empezará a provocar problemas entre los grupos que guía, hasta llegar al sorprendente final.