Hay libros que empiezas a leer y en la página primera ya sabes que te va a gustar, incluso que te va a entusiasmar. Ocurre con muy pocos, pero de vez en cuando aparece esa novela que no vas a olvidar porque desde el principio te cuenta algo que te interesa, algo con lo que te identificas. No es que lo que explica lo haya vivido, no es así, es que las reacciones, las emociones, las reflexiones, los sueños, los pesares y las alegrías, las has vivido también.
Bonavia es un libro en el que los viajes se convierten en huidas. Los personajes se entrecruzan entre sí en una especie de concierto en el que entran y salen, se apoderan de la historia o casi desaparecen para volver a reaparecer páginas después. Todo está tan bien orquestado y narrado que les sigues a la espera del próximo paso de Miljan, Marko, Marija, Kristina y muchos otros personajes.
Hay un trasfondo apenas visible que es la guerra de la antigua Yugoslavia y el colapso que se produce tras el conflicto y la propia desaparición del país (curiosamente, de la mano de Viena se narra otro país, todo un Imperio, que también desapareció). Hay ciudades como Budapest, Belgrado o Viena (incluso algunas ciudades norteamericanas más fugaces). Hay viviendas, hoteles, trenes o tranvías. Alrededor de la vida que surge aquí y allí hay mucho pensamiento interior, muchas reflexiones, soledad, enfermedad, ambiciones, abandonos.
«Hace tiempo que el crimen se ha paliado con el movimiento invisible del reloj de la historia, sus campanadas miden el pulso de los sonrientes y triunfadores» (p. 58).
Una excelente novela, una de esas que cuando acaba te quedas compungida porque quisieras seguir al lado de los personajes y saber más, saber cómo sigue la vida de ellos y de ellas.