No celebro la navidad, y me da pereza celebrar el solsticio de invierno que lo siento como algo impostado (y que conste que lo he intentado). Me reúno con mi familia porque desean hacerlo pero no hay regalos, ni villancicos, ni árbol, ni pesebre. Quizás a alguien le parezca algo triste y desangelado, pero yo no lo siento así y por fin he acomodado lo que hago con lo que pienso y siento.
Sin embargo, como sé que muchas de las personas que venís por aquí celebráis la navidad, os ofrezco lo que mejor tengo, la lectura, música y mi cariño. Y en esta ocasión se trata de un libro breve y lleno de humor fino del que confieso carezco, lo que no quita que cuando río, o alguien me hace reír, lo haga hasta el llanto.
DAVID JIMENEZ
Mi regalo musical: Marc Lavoine y Souad Massi
Y ahora el libro.
No recuerdo cómo llegué a este libro, sé que no fue a través de ninguna reseña en los blogs habituales, así que le supongo un largo recorrido desde algún libro que me llevó a otro y de este a otro más y así debí aterrizar en este diccionario intemporal.
Se trata de un diccionario en el que se vincula una palabra con un relato breve
que, desde el humor, explica el término. Empieza con la palabra Ambición y el relato que la ilustra que
se titula “El hijito”, concluye con la palabra Verdad y el relato “El cigarrillo”. En total 39 palabras y sus
respectivos relatos breves en 133 páginas que repasan la vida de la que pueden
aprender los principiantes y, me atrevería a decir, también los veteranos.
Slawomir Mrozek nació en Borzecin, Polonia, en 1930 y
murió en Niza en 2013. Estudió arquitectura, historia del arte y cultura
oriental. Antes de darse a conocer como escritor, fue periodista y dibujante
satírico. A partir de 1957, su carrera literaria se desdobló en dos facetas, la
de autor dramático y narrador.
Es complicadísimo hacer una reseña de 39 relatos, es
difícil hablar del humor de Mrozek y del contenido de sus relatos. Dos
afirmaciones suyas me acercan a este autor, la primera, refiriéndose al
movimiento de mayo del 68: podía
simpatizar con aquel sentimiento revolucionario y con su rabia, pero no con sus
programas. La segunda afirmación señala que no creo que se me agoten los temas, porque no estoy de acuerdo con nada
(ambas afirmaciones están recogidas del epílogo de Jan Sidney). Las dos
afirmaciones sitúan al autor en el margen del sistema y su humor satírico,
serio y profundo, nos habla de un pensador incómodo. Su humor de lo absurdo
pone en evidencia la peor de las dictaduras: la autoimposición.
Como sus relatos son breves he decidido reproducir uno
de los que más me ha gustado “El socio”, relacionado con la palabra Negocios (101):
Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo que esperaba un negocio colosal.
El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma?
-¿Seguro que es usted el diablo? –pregunté.
-Sí, ¿por qué lo duda?
-Me esperaba al príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como una chapuza.
-A tal alma, tal diablo –contestó-. Vayamos al negocio.