Tenía este libro en casa
de mi madre, pertenece a una colección de Historia
Universal de la Literatura de las editoriales Orbis y Origen que compraron en casa en los años ochenta. Se
trata de la traducción de Dámaso Alonso, considerada como la mejor traducción
de esta obra al castellano. Ya he comentado que la lectura de esta novela forma
parte de mi intento de leer el Ulises,
que emprenderé de aquí a poco (seguramente ya en marzo, si alguien se anima que
me lo diga y ponemos fecha para empezar a leer).
La novela tiene 304 páginas y el título hace
referencia a la historia de un joven llamado Stephen Dedalus, álter ego de Joyce, por lo que en ella
aparecen muchos episodios basados en la vida real del escritor, pertenece al
género de la novela de aprendizaje. Fue publicada en el año 1916, pero en la
propia novela se señala que fue escrita entre 1904, en Dublín, y 1914, en
Trieste. El apellido del personaje hace clara referencia a Dédalo, el
arquitecto y artesano de la mitología griega constructor del famoso laberinto de
Creta, donde estaba preso el Minotauro.
La biografía de James Joyce (Dublin,
1882-Zurich, 1941) es tan conocida que no considero necesario resumirla como
hago habitualmente.
La novela se centra en las luchas de
un joven en contra de las convenciones de la sociedad burguesa, en especial las
que tienen una base católica e irlandesa.
Stephen cerró los ojos y extendió su mano temblorosa,
con la palma hacia arriba. Sintió que el prefecto le tocaba un momento los
dedos para ponerla plana y luego el silbido de las mangas de la sotana al
levantarse la palmeta para dar. Un golpe ardiente, abrasador, punzante, como el
chasquido de un bastón al quebrarse, obligó a la mano temblorosa a contraerse
toda ella como una hoja en el fuego. Y al ruido, lágrimas ardientes de dolor se
le agolparon en los ojos. Todo su cuerpo estaba estremecido de terror, el brazo
le temblaba y la mano, agarrotada, ardiente, lívida, vacilaba como una hoja
desgajada en el aire (p. 56-57).
La obra está contada desde el punto
de vista del protagonista y se va desarrollando a lo largo de cinco capítulos.
En las primeras páginas, la narración es una especie de monólogo interior y a
través de esta técnica, el personaje, transmutado en narrador expone sus
pensamientos al azar. Después se recurre a la clásica tercera persona
narrativa.
Para estar a solas con su alma, para examinarse la
conciencia, para afrontar cara a cara sus pecados, para evocar sus modos, sus
épocas, sus circunstancias, para llorarlos. No podía llorar. No podía evocarlos
en su memoria. Sentía solo un dolor en el alma y en el cuerpo, todo su ser –memoria,
voluntad, entendimiento, carne- entumecido y cansado (p. 159).
Esto nos indica que Joyce mezcla
estilos en función de las etapas de la vida del protagonista ya que pasa de
reflejar los balbuceos de un bebé, en las primeras páginas, a la etapa que
cierra la novela que se basa en las aventuras introspectivas de un
universitario. La memoria es cambiante y por ello destaca la repetición en
lugar del desarrollo continuo, cronológico.
Para unos, sin embargo, se trata de
una obra repleta de símbolos que por no ser experta no he localizado. Yo he
observado sobre todo las aventuras emocionales e intelectuales de su
protagonista. Se me escapa el significado, más allá de lo evidente, de la apocalíptica
retahíla sobre el Infierno a cargo del jesuita, en el capítulo tres. Sin
embargo resulta obvia la crítica al nacionalismo que Joyce deja clara en esta y
otras obras y que tan pocas simpatías le proporcionó en su país.
Cuando el alma de un hombre nace en este país, se
encuentra con unas redes arrojadas para retenerla, para impedirle la huida. Me
estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de
las que yo he de procurar escaparme (p. 241).
Personajes secundarios, y detalles
de su entorno, parecen más excusas al servicio de la evolución del personaje
central que otra cosa. El protagonista absoluto es Stephen y el autor va
revelando los detalles de su persona y de la cultura en que se desenvuelve.
Una lectura que no entraña
dificultades, con una escritura precisa y clara y una narrativa que roza la
poesía en muchos momentos.
Una alegría temblorosa, como una caricia de luces
pálidas, danzaba una danza de espíritus encantados en torno de él. ¿Qué era?
¿El paso de la muchacha por entre el aire crepuscular? ¿O el verso lleno de
vocales densas, pleno de ritmo, son de laúd? (p. 278).
Muy recomendable.