jueves, 28 de noviembre de 2019

MARCEL PROUST, La prisionera. En busca del tiempo perdido V

Empecé a leer esta monumental obra en el verano de 2014, hace cinco años por tanto. Los tres primeros volúmenes los leí bastante seguidos (el segundo lo leí en el otoño de 2014 y el tercero lo leí en la primavera de 2015). Dejé pasar más de un año para leer el cuarto (otoño de 2016) y he dejado pasar casi tres años para encarar La prisionera. No quiero pensar lo que me puede costar animarme a leer los dos volúmenes que me faltan. 


No hay manera de encontrar el punto a esta obra, sé perfectamente que se requiere mucha concentración en la lectura para no desconectar cuando entra en las múltiples y prolijas descripciones que son la marca proustiana. Como sabía lo que me iba a encontrar, empecé con muy buenas intenciones, sin embargo, caigo una y otra vez en el sopor y el aburrimiento sin remedio.

En este caso todo gira en torno a los celos de nuestro protagonista hacia Albertine que se lleva a su casa a vivir para mejor controlarla, de ahí el título de este quinto volumen. También aparecen la pareja formada por Charlus y Morel, que permite al autor divagar sobre el tema de la homosexualidad. Y también aparecen brevemente los Verdurin y su núcleo de acólitos.

Este fragmento resume muy bien el drama de Marcel y de sus celos: 
Me daba cuenta de que mi vida con Albertine no era más que, por una parte, cuando no tenía celos, aburrimiento; por otra parte, cuando los tenía, sufrimiento (485). 
Nada nuevo sobre su estilo en este volumen, su prosa delicada, prolija, lenta que se detiene en sus personajes ociosos, en sus emociones, en sus pensamientos. Ciertas pinceladas del antisemitismo francés en el recordado caso Dreyfus, sin insistir tanto como en los volúmenes anteriores.

Por lo demás, los temas de siempre: celos, amor, desamor, deseo… Y también el persistente discurso machista que sitúa a las mujeres en el centro del deseo pero como seres inferiores a dominar y amaestrar. Albertine finalmente abandona a Marcel. No me extraña.

lunes, 18 de noviembre de 2019

LAETITIA COLOMBANI, La trenza

La característica principal de esta novela es que resulta fácil de leer, es entretenida y deja caer un final feliz. Es una novela, me da la impresión, hecha para gustar. Sobre todo para que nos guste a las mujeres y esa (casi) certeza me desagrada profundamente y me coloca la mosca tras la oreja. No es un libro que yo haya comprado, fue un regalo de cumpleaños. 



Colombani teje como si de una trenza se tratara, en la que se divide el cabello en tres partes para ir trenzándolas, tres historias de sendas mujeres que nada tienen que ver entre sí. Una mujer india muy pobre, Smita, de la casta de las intocables; una mujer canadiense acomodada, Sarah, que trabaja de abogada; y, por último, una mujer italiana, Giulia, que trabaja en el taller familiar en Palermo. 

Las tres mujeres luchan por su autonomía personal y ninguna de las tres lo tiene fácil. La autora, sin embargo, está dispuesta a que puedan lograrlo pese a las dificultades. Las tres quedaran unidas de alguna manera… pero eso no lo desvelo (aunque se adivina relativamente pronto).

viernes, 8 de noviembre de 2019

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR, Paseos con mi madre



Ahora comprendo los motivos por los cuales los nacionalistas catalanes boicotearon a Javier Pérez Andújar cuando fue pregonero de las fiestas de la Merçè en 2016. Su posición contraria a cualquier nacionalismo, a cualquier patria, no encaja con el aparente progresismo de dichos nacionalistas (un arco que va desde los neo liberales y corruptos exconvergentes, a los anticapitalistas cuperos). 

Me interesaría saber qué sintió Pérez Andujar ante dicho boicot. Un «charnego» de San Adrián del Besos, habitante de esos bloques de viviendas que rodean Barcelona, ciudad que les da la espalda por puro clasismo, que nunca los considerará de la ciudad. 

Paseos con mi madre es un maravilloso libro, de esos libros con los que te identificas porque su historia es paralela a la mía, por eso está ahí mi madre (joven y guapa), por eso me siento bien en mi barrio zaragozano, por eso me gusta el piso de 52 m2 en el que pasé mi infancia, adolescencia y juventud, por eso entiendo tan bien la extrañeza que siente él en Barcelona y yo en la ciudad cercana a Barcelona en la que vivo. Este ajuste de cuentas es el mío. 

La libertad es un libro que escribieron nuestros padres para que lo leamos nosotros. En la bandera negra de mi pecho la libertad está escrita con la primera letra del abecedario, la primera que aprendieron ellos, que aprendimos todos (88). 
 Se es más obrero cuando se hace huelga que cuando se trabaja, igual que el león es más león cuando ruge (165) 
Se pertenece antes a una chaqueta [la de su padre, sindicalista] que a una patria o a una clase (166). 

 Un libro que la gente de barrio tenemos que leer.