viernes, 24 de junio de 2016

CZESLAW MILOSZ, El valle del Issa

La motivación lectora… 

En mi caso fue la lectura de otra obra suya, El poder cambia de manos, la que me impulsó a buscar esta obra de Milosz que algunos comentaristas me recomendaron. Uno de los aspectos que más me gustó de esta primera novela fue su reflexión sobre el destino y la angustia existencial. Me comentó Ignacio (del blog burgostecarios) que Julio Camba decía:
 “Un poco de belleza y un poco de doctrina antes de descreer en las ideas”. 
Milosz pone mucha belleza en la balanza para, como él mismo dijo, protestar contra este asqueroso mundo. Estamos ante una autor que resalta la belleza sin ocultar su pesimismo y su descreimiento. 


La belleza… 

…la pone el valle del Issa, en realidad el valle de Nevezis, en Lituania, y los recuerdos de infancia del propio autor, unos recuerdos que entremezclan diversas historias de personajes que se relacionan a través de la familia de Tomás, un niño de 13 años. Los Surkont, la familia del protagonista, son señores de tierras pero viven aislados en el valle como los demás personajes y en contacto con una naturaleza bella pero dura por la climatología y el trabajo. 

Plantas y animales se convertirán para Tomás, en sus largos paseos por los bosques, en elementos de reflexión, de alegrías y también de decepciones y penas. La biblioteca, aquella habitación angular (…) y tan helada que, cuando afuera hacía mucho calor, allí se temblaba de frío (74), fue para Tomás un gran descubrimiento y una fuente de información y diversión. De los libros extraerá una formación que no obtenía de otra fuente puesto que crecía de forma un tanto salvaje al no asistir de manera regular a la escuela. 

Las dificultades… 

…aparecen porque el valle es una especie de lugar mítico en el que la fantasía se apodera de los personajes, especialmente de Baltazar que acabó no distinguiendo entre realidad y fantasía abocado a un destino fatal. El catolicismo, condimentado por creencias paganas que han subsistido en un valle aislado como el del Issa, provoca una moral que marca y condiciona a algunos personajes, especialmente femeninos, como el de la joven Magdalena. Sin embargo otras mujeres como la abuela Misia se mueven con soltura en ese espacio mítico que en otra época la hubiera podido llevar a la hoguera por bruja.

El trasfondo nacional y clasista también era fuente de dificultades. Durante la Iª Guerra Mundial, Lituania que había sido un territorio que había pertenecido al Imperio Ruso igual que Polonia, estuvo ocupada por Alemania (una escena nos lo recuerda cuando Tomás ve entrar tres alemanes en Ginie, su pueblo). Uno de los alemanes que entró en Ginie impresionó a Tomás que volvió a verlo, sin reconocerlo, cuando veinte años más tarde, instalado en un coche de general (…) atravesaba las calles de una ciudad de Europa Oriental, que acababa de ser tomada por el ejército del Führer (39-40). 

Por el Tratado de Brest-Litovsk (marzo de 1918), la Rusia revolucionaria negoció unilateralmente la paz con Alemania y perdió una serie de territorios entre los que estaba Lituania. Tras declarar su independencia en febrero de 1918 se libró una guerra entre 1918 y 1921 contra la recién proclamada República de Polonia, que había intentado anexionarse el Estado lituano. La guerra se saldó con la pérdida de un 20% de su territorio, incluida la capital Vilna. Eso deja en fecha incierta el momento en el que se desarrolla la acción que narra la novela, pero yo me decantaría por este periodo de guerra con Polonia. 

En El valle del Issa hay un constante malestar entre lituanos y polacos ya que los dueños de la tierra son polacos mientras los trabajadores son lituanos. La familia Surkont es peculiar porque siendo propietarios de tierras son lituanos aunque la abuela Dilbin se considera polaca y defiende la intervención del padre de Tomás y su tío que, integrados en el ejército polaco, habían combatido a los bolcheviques y por ello no podían vivir en Lituania. 

Las tristezas… 

Tomás, por todas estas circunstancias políticas, vive en casa de sus abuelos alejado de sus padres, echa en falta la figura paterna y por ello se acerca a Romualdo, admirado por su capacidad para cazar y en el que busca ese referente paternal del que carece. Con él aprende a cazar aunque sin llegar a la perfección deseada por Tomás para agradar a su mentor. Tomás debe hacer compatible su amor por los animales, especialmente los pájaros, con la caza (preciosas son las descripciones de los urogallos y de las escenas de caza). Finalmente resolverá sus contradicciones en favor de los animales por sus imperfecciones como cazador. 

Su despertar a la sexualidad también será fuente de desazón y preocupación para un adolescente que no sabe interpretar sus deseos abandonado en su descubrimiento de la vida. 

Y el final… 

Aunque el tono de la novela es pesimista y Tomás está rodeado de personajes cuyo destino será trágico, hay algunos aspectos de cierto optimismo, en especial, la relación con su abuelo y la aparición de su madre que se lo lleva del valle creando una expectativa esperanzadora de cara al futuro. Sin embargo algunas brevísimas referencias a los años posteriores, como la sucedida veinte años después con el militar alemán, no parecen dejar abierta dicha esperanza, ni para Tomás ni para el país: 
¿Dónde estará el país en el que se refugian unos y otros cuando la tierra se ve aplastada por hileras de tanques, cuando los que van a ser fusilados cavan sus propias tumbas junto al río, mientras entre sangre y lágrimas, penetra la Industrialización en la aureola de la Historia? (13). 
Los mejores párrafos 

Una de las grandes virtudes de Czeslaw Milosz es lo bien que escribe, los mejores fragmentos están vinculados con la naturaleza, los bosques, el río y el paso de las estaciones. Leerlos es un auténtico placer puesto que te trasladan a un lugar desconocido pero que, leyendo sus magníficas descripciones, eres capaz de imaginar e imbuirte en él con facilidad. 

El otoño: 
Los olores del otoño… Es imposible explicar de dónde proceden, ni de qué extrañas mezclas están compuestos: la putrefacción de las hojas y de las pinochas, la humedad de los blancos hilillos de los talos, en el mantillo, bajo los viscosos ramojos de los que salía la corteza (156). 
En la estación de los cuentos y de las canciones, ya bien entrado el otoño, los dedos extraían el hilo de la madeja de lana acompañados por el rítmico golpear del pedal de la rueca (10). 

El paso del tiempo: 
Nadie vive solo: cada uno habla con los que ya han pasado, cuyas vidas se encarnan en él, sube los peldaños y, siguiendo su huella, visita los rincones del edificio de la historia. De sus esperanzas y frustraciones, de los signos que han quedado tras ellos, aunque no sea más que una letra esculpida en una piedra, nacen la serenidad y la moderación para poder emitir luego un juicio sobre uno mismo. Pueden considerarse afortunados los que llegan a conseguirlo. Nunca y en ningún lugar se sienten solos y aislados, les fortalece el recuerdo de todos los que, al igual que ellos, tendieron hacia un objetivo inalcanzable (124). 

Una excelente novela, bien escrita (lástima los errores tipográficos de la edición), con una historia que entrelaza múltiples personajes que se cobijan en un valle de una naturaleza apabullante y bella.

viernes, 17 de junio de 2016

LECTURA LENTA


Este prólogo llega tarde, aunque no demasiado tarde; ¿qué más da, a fin de cuentas, cinco años que seis? Un libro y un problema como éstos no tienen prisa; además tanto mi libro como yo somos amigos de la lentitud. No en vano he sido filólogo, y tal vez lo siga siendo. La palabra “filólogo” designa a quien domina tanto el arte de leer con lentitud que acaba escribiendo también con lentitud. No escribir más que lo que pueda desesperar a quienes se apresuran, es algo a lo que no sólo me he acostumbrado, sino que me gusta, por un placer quizá no exento de malicia. La filología es una arte respetable, que exige a quienes la admiran que se mantengan al margen, que se tomen tiempo, que se vuelvan silenciosos y pausados; un arte de orfebrería, una pericia propia de un orfebre de la palabra, un arte que exige un trabajo sutil y delicado, en el que no se consigue nada si no se actúa con lentitud.
FRIEDRICH WILHEM NIETZSCHE, Aurora (1881).



Lo que son las cosas, fue la comida la que me llevó a esta reflexión. Hace unos días fui a cenar con unos amigos a un restaurante de comida lenta (slow food) y kilómetro cero.

Me gustó lo que comí y me gustó su filosofía, luego pensé que algo parecido se podía aplicar a la lectura… sí, empecé a darle vueltas a que hay libros que solo se pueden leer con lentitud, libros que requieren amor por las letras, por las sílabas, por cada línea que crece creando una historia, una propuesta, una emoción o un mundo.

Yo que soy lectora rápida, sé que con algunos libros tengo que desacelerar el ritmo, acompasarlo a las pausas que requieren ciertos versos, sosegar la mirada de mi iris verde para absorber todo el caudal que circula en un fragmento, calmar el gesto, colgar las prisas  en el momento maravilloso de abrir la página, en la que nos quedamos la noche anterior, y avanzar en la lectura gradualmente, sin meta aparente.

No hay autores/as de lectura lenta, ni géneros, ni obras laureadas, cada cual sabe cuáles son esos libros porque ha experimentado esa necesidad de calma cuando se ha adentrado entre sus páginas. Estoy pensando en que lectura lenta será una nueva etiqueta en esta mi casa.


Y se me ocurrió indagar por si alguien había hablado de lectura lenta… Y sí, hay poco por inventar, e igual quienes me leéis en este momento ya lo conocíais. Parece ser que sus defensores/as lo hacen para aumentar la comprensión o por placer. Hablan de recuperar el tiempo de lectura, esos momentos dedicados exclusivamente a leer y a disfrutar de la minuciosidad de la lectura. Leer lento permite afrontar el vértigo de la vida moderna, reducir el estrés.
Cuerpo en calma, mente curiosa y corazón abierto.

Este es el lema de los socios/as del Club de Lectura Lenta de Wellington, Nueva Zelanda, que se reúnen una vez por semana en un bar: piden algo para tomar, apagan los móviles o cualquier otro dispositivo electrónico y leen una hora en silencio. Solo hace dos años que existe este club.
Me pregunto si podríamos crear un club virtual o presencial con este planteamiento… 

viernes, 10 de junio de 2016

FERNANDO PESSOA, Aforismos


Su pequeña historia
Cuando visité Lisboa en febrero tenía un objetivo: seguir la pista a Pessoa. Cuando viaje a esta ciudad la primera vez no había leído a este autor y, por tanto, no pude apreciar la ciudad desde la mirada de Pessoa. Esta vez seguí sus pasos y miré con sus palabras. En el museo dedicado a su persona y a su obra compré algunos recuerdos y me llevé este libro. Lo he ido leyendo desde entonces a sorbitos, los aforismos siempre son de mucha intensidad, como un café solo breve y fuerte (como a mí me gusta).

Los aforismos
Tras leer Libro del desasosiego me quedó claro que su escritura tiende al aforismo, tiende a las declaraciones concisas y coherentes que se derivan de la experiencia vivida. Pese a ello, Pessoa no publico ningún libro de aforismos y este libro que comento está construido con fragmentos y frases de sus otros libros.

Hoy, en la época de las redes sociales con palabras limitadas, el aforismo está viviendo un renacimiento. A mí me gusta cuando de pronto una línea da en la diana de algo que siento o pienso con exactitud meridiana. Los aforismos son tan intensos que me resulta difícil leerlos seguidos porque quedo sobresaturada con unos pocos, así que los voy leyendo en pequeñas dosis.

Pessoa centra su escritura en pocos temas y muchas veces se contradice, algo tan humano como él mismo. Un hombre solitario que hizo siempre lo que quiso, que fue infeliz pero que nunca culpo de ello a nadie:
No soy nada. Nunca seré nada. No puedo querer ser nada. Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo (121).
Me gustan especialmente aquellas declaraciones en las que afirma que somos muchos en uno, así me veo en muchas ocasiones y así he aprendido a aceptarme:
Soy una multitud. Cuando pienso o siento, ignoro quién piensa o siente (95).
Cada uno es mucha gente (110).


Pessoa, y yo con él, valora mucho la libertad:
Primero sé libre; después exige libertad (75).
No el placer, no la gloria, no el poder: la libertad, únicamente la libertad (84).
Quiero solo que no me recuerden. Ser libre, sin dicha ni desdicha, como el viento que es la vida del aire que no es nada (97).
Puesto que ama la libertad, el pesimista Pessoa tiene ideales:
Un ideal debe ser al mismo tiempo que impracticable en su plenitud, practicable en sus métodos (38).
Y le da muchas vueltas al saber, la inteligencia, el conocimiento…
Cultura no es leer mucho, ni saber mucho; es conocer mucho (78).
La inteligencia nos cura del vicio de la convicción, de la manía de la sinceridad, de la estupidez de tomar en serio un mundo que los dioses que lo dirigen no toman nunca en serio (36).


El solitario Pessoa nos salva cuando nos dice:
¿Dios, Dios, Dios?, dice el anarquista. Hace siglos que Dios murió; pero ha llevado tanto tiempo construirle el ataúd que ya infecta el aire con su podredumbre (83).
Siéntate al sol. Abdica y sé rey de ti mismo (86).
Nada le falta a quien nada es (86).
He dejado otros temas en el tintero para no alargarme: amor y emociones, viajes, escritura, locura, religión… Siempre encontrareis en sus palabras a un hombre que piensa y siente…
Si de mí no me acuerdo, ¿cómo me acordaré de ti? 


viernes, 3 de junio de 2016

ELIF SHAFAK, La bastarda de Estambul

Las motivaciones para leer esta novela

Estambul. Esa ciudad que me tiene cautivada y que tanto deseo visitar. Así que no pierdo la oportunidad de leer literatura relacionada con esta ciudad como ya hice con Pamuk. Me encanta conocer la ciudad, su trasiego constante, sus vendedores de productos de alimentación, sus calles, sus viviendas, su cocina, su relación con la religión, etc.          

Ahora que Europa ha pagado a Turquía para convertirla en el destino de miles de refugiados para ser “seleccionados” como si fueran ganado, ahora que Turquía no es un lugar seguro para refugiados y turcos, mi atracción por la ciudad no disminuye.


La autora
Aunque Elif Shafak nació en Francia en 1971, sus padres son de origen turco y volvió a Turquía siendo adolescente. Estudió Relaciones Internacionales en Medio Oriente en la Universidad de Ankara. Su primera novela la publicó en 1994.
Por las referencias que hace en La bastarda de Estambul al genocidio armenio, fue acusada de “insultar al pueblo turco” según el artículo 301 del Código criminal turco. El caso fue desestimado en 2006.

¿Best Seller es sinónimo de poca calidad literaria?
No necesariamente, pero reconozco que me hace vacilar cuando veo que una novela ha sido un superventas. ¿Lo es en este caso? No. Shafak logra construir una novela muy interesante, entremezcla varias historias con habilidad, denuncia el genocidio armenio y aboga por la  reconciliación de ambas comunidades (para que la reconciliación sea posible, Turquía debería reconocer la persecución a la que sometió a los armenios en 1915). Además logra introducirnos en Estambul y en las viviendas estambulíes con destreza y cuidando de no hacer ruido para no molestar a sus habitantes.
En la novela hay varios núcleos de interés a través de los que se articula la historia. Uno de ellos es la familia turca formada por las hermanas Banu, Cevriye, Feride y, la más rebelde, Zeliha, madre soltera de Asya (por tanto, la bastarda que da título a la novela). Otro núcleo de interés es la familia armenia Tchajmajchian que vive en EUA, una familia muy amplia que guarda las costumbres y el recuerdo del genocidio por el que tuvieron que salir de Turquía. En esta familia Armanoush es hija de padre armenio y de madre estadounidense, matrimonio fracasado que se separa. Rose, la madre de Armanoush, se casa con el turco Mustafá para vengarse de su exmarido y toda su familia armenia.
El afán de Armanoush por conocer el pasado de su familia armenia la conducirá a viajar a Estambul. La historia tomará diversos giros sorprendentes que unirán a una familia y la otra para reflexionar sobre el pasado, colectivo e individual, y la dificultad para huir de dicho pasado. Es una lectura que habla de cómo condiciona la familia la vida de sus miembros hasta convertirse en un peso insoportable del que se desea huir.
Estambul, las casas, las calles, los olores, la comida como punto de reunión de las familias, la religión, los nacionalismos, las disputas familiares, la rebeldía de las mujeres, la amistad, el amor…
Su familia había dado con la forma de tratar la locura: confundirla con la falta de credibilidad (37).
Hay muchos temas que emergen aquí y allí para pintar un fresco nítido de la vida y de las preocupaciones de una sociedad como la turca que se debate entre Oriente y Occidente, entre la religión y el laicismo y entre lo femenino y lo masculino.
Los cafés siempre son lugar de reunión y aparecen en la novela: el café Kundera de Estambul resulta ser un lugar especial, un café en el que una vez entrabas, quedabas atado a él hasta que el lugar te escupía (97). Un café donde se refugia Asya. Y después hay otro café, el Constantinópolis, pero este café es virtual y es otra historia, pero ahí se refugia otra joven: Armanoush.


¿Estamos ante la típica saga familiar llena de mil historias?
En parte sí. Es la típica novela en la que te encuentras con “todos” los temas. Sin embargo Shafak nos muestra unas familias especiales, el tiempo y el lugar  apenas las han deteriorado, son como un rincón del pasado en el presente.

Algo que me ha cautivado
La novela está dividida en dieciocho capítulos, cada uno de ellos con un producto de alimentación con el que hacer alguno de los deliciosos platos que se preparan en la novela o que nos transporta al sabor, el olor o el tacto de la canela, garbanzos, azúcar, avellanas, vainilla, pistachos, trigo, piñones, y así hasta llegar al último que esconde uno de los secretos familiares mejor guardados: cianuro potásico.

Un buen fragmento
Aunque todos los libros eran potencialmente dañinos, los peores eran las novelas. El camino de la ficción podía engañarte con facilidad y arrastrarte a un universo de historias donde todo es fluido, quijotesco y tan abierto a las sorpresas como una noche sin luna en el desierto. Antes de darte cuenta podías dejarte llevar hasta perder el contacto con la realidad, esa rigurosa e implacable verdad de la que ninguna minoría debería alejarse demasiado para no acabar desprotegida cuando cambiaran los vientos y llegaran los malos tiempos. Era absurdo pensar con ingenuidad que las cosas no pueden torcerse, porque siempre se tuercen. La imaginación es una magia peligrosa y cautivadora para aquellos forzados a ser realistas, y las palabras pueden ser venenosas para los que están destinados a ser silenciados     (111).
Y otro…
Paseaban por calles sinuosas, y cada barrio parecía tan distinto que Armanoush comenzó a pensar que Estambul era un laberinto urbano, ciudades dentro de una ciudad (198).
Y una recomendación

Leed esta novela, os envolverá como un remolino y no dejaréis de leer hasta conocer todos los secretos escondidos.