Hacía mucho tiempo que no leía a Ramiro Pinilla, pero como estoy intentando reducir mi biblioteca de libros no leídos, acabo recalando en autores que me habían gustado pero había aparcado dejándome llevar por las novedades. Está siendo muy enriquecedor este repaso por las baldas de libros no leídos.
Las ciegas hormigas fue el primer libro de este autor, recibió en 1961 el Premio Nadal y el Premio de la Crítica, no está nada mal para una primera novela. La historia arranca cuando un padre y su hijo miran un barco de cinco mil toneladas cargado de carbón que se iba a hundir irremediablemente un día de furiosa tempestad en los acantilados de Getxo.
El padre Sabas Jaurégui y, el hijo y narrador de la historia, Ismael saben de la importancia de ir a recoger ese carbón para pasar un mejor invierno. Como ellos, lo sabe todo el pueblo y los caseríos que lo forman, así que por la noche todos van al acantilado para acceder a las rocas. Sabas se lleva a sus cuatro hijos y a su cuñado, el trabajo es peligroso y se hace en malas condiciones, la tragedia estalla cuando uno de sus hijos muere.
Ese es el punto de partida de la historia y de las consecuencias que provocarán los acontecimientos que se desarrollan en los acantilados. Además de la tragedia, o mejor las tragedias familiares que se desencadenan, Las ciegas hormigas es una historia de tenacidad, fuerza y, en cierta manera, libertad del protagonista de la historia que con su posición ante la adversidad arrastra a toda su familia.
Cuando una lee esta historia la empatía hacia Sabas discurre en paralelo al deseo de que los carabineros no descubran el carbón que tan bien saben proteger de su vigilancia. No serán los carabineros, sino los recelos, necesidades, envidias y diversos sentimientos los que harán inútil los sacrificios de esa noche trágica. Algunos lectores/as sitúan la historia en el franquismo, pero hay que recordar que el cuerpo de carabineros, que tiene importancia en el desarrollo de la novela, fue integrado en la Guardia Civil en 1940. Por ello la historia transcurre en algún momento entre 1829 y 1940. Tiendo a pensar que la historia pudo transcurrir a finales del siglo XIX (había fábricas de siderurgia) o principios del siglo XX.
Estamos ante un libro que sabe de la dura tarea diaria que espera a quienes viven de su trabajo, además de la «contención de la mente y de la carne y, sobre todo, de [la] inútil lucha feroz por mantener incólumes tus convicciones». De un mundo que ya entonces trataba de destruir la individualidad y «empotrarte en la gran bola masiva que en su loco giro acabará absorbiéndote hacia su interior y despojándote de lo único digno» (p. 307).
Una buena novela, bien escrita y, aunque contenga algún pequeño fallo, bien narrada, una historia que te absorbe de forma fascinante.