Tengo la fortuna desde niña de encontrar en los libros solución a mis inquietudes y preocupaciones. Logro también ver traducidos mis sentimientos y emociones en múltiples personajes y situaciones, pero siempre hay pequeños tesoros escondidos entre las páginas de los libros que se encuentran cuando nuestra vida las necesita por las circunstancias que le toca vivir. Cuando encuentro una de esas perlas que me abren la luz del entendimiento y me ayudan a entenderme y comprender situaciones... qué lujo.
Eso es lo que me pasó mientras releía esta novela y encontré esta reflexión de Jane Eyre:
(…) mantente en tu terreno y, por tu propio respeto, no ofrezcas tu amor a quien no te lo pide y acaso te lo despreciará (p. 186).
Había leído esta novela en mis años universitarios y al desear
releerla me di cuenta que no la tenía entre mis libros. Fui a pedirla a la
biblioteca pero solo tenían una edición con letra extremadamente pequeña y
decidí comprar una edición de bolsillo de
Austral que incorpora una introducción de Cándido Pérez Gallego.
La novela de 469 páginas, incluida la mencionada introducción,
lleva por título el nombre de su conocida protagonista.
Puesto que tanto la autora, Charlotte Brontë, como la novela son
suficientemente conocidas, no respetaré el esquema de los comentarios de
novelas que suelo hacer y resaltaré algunos de los aspectos que más me han
llamado la atención.
Tanto Charlotte Brontë, como Jane Eyre, son mujeres que intentan
buscar un lugar en la difícil sociedad de la Inglaterra victoriana. Situación
muy similar a la del resto de Europa, las mujeres, pese a las revoluciones
burguesas que hablaban de igualdad ante la ley y de libertad, sufrieron una
situación de marginación de la vida
pública y de enclaustramiento en la vida
privada, basándose en la idea de su inferioridad natural y su lugar en el
mundo centrado en la familia, la maternidad y el hogar. A este espacio doméstico se añadía la necesaria
docilidad y sumisión de la mujer al hombre.
Jane Eyre se sabe excluida de la sociedad de la época (en su caso
mucho más por su condición de huérfana) y la relación con el mundo que la rodea se
convierte en un ritual moral de enseñanza y consuelo.
La novela se convierte en una autobiografía compatible con la
confesión y el autoanálisis. A través de este planteamiento trata de involucrar
al lector y hacerle partícipe de sus experiencias. Jane Eyre busca su propia
realización personal rompiendo con las formas de comportamiento establecidas
para la mujer de la época y muestra toda su personalidad rebelde defendiendo la
igualdad entre los sexos:
Se supone generalmente que las
mujeres son más tranquilas, pero la realidad es que las mujeres sienten igual
que los hombres, que necesitan ejercitar sus facultades y desarrollar sus
esfuerzos como sus hermanos masculinos, aunque ellos piensen que deben vivir
reducidas a preparar budines, tocar el piano, bordar y hacer punto, y critiquen
o se burlen de las que aspiran a realizar o aprender más de lo acostumbrado en
su sexo (p. 135).
Rochester enseguida reconoce la influencia positiva que Eyre ejerce sobre él:
-Experimento la sensación -continuó él- de que usted ejerce algún buen influjo sobre mí. Lo adiviné cuando la vi por vez primera... La gente dice que hay simpatías espontáneas; también he oído hablar de buenos genios... En esa leyenda hay algunos puntos de verdad. Querida bienhechora mía: buenas noches (p. 176).
Es una nueva forma de novelar que tiene en cuenta los cauces de la
novela gótica (los sueños de pesadilla de Eyre, espacios vitales como
Thornfield, mansión abrasada por las llamas, mujer loca que parece un monstruo,
etc.) con la búsqueda apasionada, con componentes románticos, de la realidad
inmediata.
Ha sido interesante esta relectura de Jane Eyre.
TORRIJAS
Soy una cocinera por necesidad, ya lo dije cuando inauguré mi espacio Frivolidades Culinarias. Como los postres no son una necesidad, no hago. Pero hay tres o cuatro que me salen bien y hago en el momento que manda la tradición. Si hay alguien que cumple menos con las tradiciones y pasa de ellas, esa soy yo... pero ésta es una de las pocas que cumplo.Caliento leche y le añado azúcar y canela. Bato los huevos que se considere necesario (de dos a cuatro para una barra de pan). Las rodajas de pan del día anterior, o de dos días antes, se bañan en la leche para que se empapen, de aquí al huevo y a la sartén con abundante aceite. Cuando las saco les echo un poco de azúcar y canela. Dejar que se enfríen y listas.
Estáis invitadas, BON PROFIT!!
Imagen de Charlotte Brontë: google.