La lectura de esta monumental obra en siete volúmenes la inicié en el
mes de junio pasado con Por la parte de Swann acompañada de Marcelo Z y de Carlos. El ritmo de Marcelo Z ha sido mucho más
rápido puesto que ya ha reseñado el cuarto volumen, Sodoma y Gomorra, mientras que Carlos y yo apenas hemos terminado con
el segundo volumen.
La labor de la causalidad que acaba surtiendo casi
todos los efectos posibles y, por consiguiente, también los que lo eran –según
habíamos creído- menos es a veces lenta, retardada un poquito más aún por
nuestro deseo, que, al intentar acelerarla, la obstaculiza, por nuestra propia
existencia, y no llega a su término hasta que hemos cesado de desear y a veces
de vivir (p. 57).
En esta ocasión el título de esta obra está relacionado con el grupo de
muchachas que conoce el enfermizo protagonista mientras veranea en el
balneario de Balbec. La novela es algo
más extensa que la anterior puesto que tiene 619 páginas.
Este segundo volumen está dividido en dos partes, A propósito de la Sra. Swann y
Nombres de países: el nombre, siendo
más breve la primera parte, que llega hasta la página 255, que la segunda.
En este volumen el
narrador, al igual que en el primero, es omnisciente ya que conoce todo sobre
la historia. De esta manera va exponiendo
y comentando las actuaciones de los personajes y los acontecimientos que se van
desarrollando en la narración.
En A propósito
de la Sra. Swann, Proust enlaza
con el anterior volumen y muestra el enamoramiento del doliente Marcel respecto
de Gilberte, la hija de los Swann. A través de
acontecimientos vividos por los personajes, especialmente del protagonista, el
narrador describe, de forma profusa y reiterada, elementos psicológicos de la
naturaleza humana, sobre todo aspectos del amor o sobre su pérdida y aprovecha
para abundar en los pensamientos más
íntimos que, según supone, cruzan por la mente de los personajes principales,
sus estados de ánimo y sentimientos. Marcel tiene la fórmula para afrontar el
desamor de su amada: fingir indiferencia hacia Gilberte para atraerla. No solo
no logrará su objetivo sino que la indiferencia de él acabará siendo una
realidad.
La
mirada investigadora, ansiosa, exigente que dirigimos a quien amamos, nuestra
espera de la palabra que nos infundirá o nos disipará la esperanza de una cita
para el día siguiente y –hasta que dicha palabra sea pronunciada- nuestra
imaginación alterna –ya que no simultanea- de la alegría y la desesperación
hacen que nuestra atención ante la persona amada sea demasiado trémula para que
pueda obtener una imagen bien nítida de ella.
Cuando
amamos, el amor es demasiado grande para poder mantenerse enteramente dentro de
nosotros; irradia hacia la persona amada, encuentra en ella una superficie que
lo detiene, lo obliga a volver hacia su punto de partida, y ese choque de
retorno de nuestra propia ternura es lo que llamamos los sentimientos del otro
y nos encanta más que a la ida, porque no reconocemos que procede de nosotros (p. 79).
Nombres de países: el nombre, transcurre en el balneario de Balbec, Cabourg, a
donde acude el protagonista con su abuela para recuperarse de sus dolencias. En
ese pequeño cosmos de nobles y burgueses que descansan, de su descansada vida,
durante el verano, Marcel conocerá a diversos personajes entre los que destacan
las muchachas en flor. Se enamorará
de todas, especialmente de una, Albertine. Tiene los primeros contactos con el
arte, y el acto creativo, al conocer al pintor Elstir y logra la amistad del
joven Saint-Loup (¿ese nombre tiene doble lectura?), lector y estudioso del
precedente del anarquismo, Proudhon, y de Nietzsche con el que también se emborracha
y divierte algunas noches.
Toda la novela es una reflexión sobre los senderos de la memoria por
donde van desfilando recuerdos, momentos vividos, impresiones y también, porque
no, posibilidades de un futuro ya sabido por el narrador. Este párrafo, que es
más largo y que os recomiendo que leáis en toda su extensión, es extraordinario
y por ello deseo resaltarlo. Es, por otra parte, una versión mejorada del
pasaje de la famosa magdalena:
(…)
los recuerdos amorosos no son una excepción de las leyes generales de la
memoria, regidas, a su vez, por las –más generales- de la costumbre. Como ésta
lo debilita todo, lo que mejor nos recuerda a una persona es precisamente lo
que habíamos olvidado (porque era insignificante y lo habíamos conservado, así,
con toda su fuerza). Por eso, la mejor parte de nuestra memoria esta fuera de
nosotros, en una ráfaga lluviosa, en el olor a cerrado de una habitación o en
el de una primera llamarada, donde quiera que recuperemos de nosotros mismos lo
que nuestra inteligencia –por resultarle inútil- había desdeñado, la última
reserva del pasado, la mejor, la que, cuando todas nuestras lágrimas parecen
agotadas, sabe aún hacernos llorar (p.
260).
Su prosa es delicada, perfeccionista y describe con extrema lentitud y
parsimonia cada uno de los acontecimientos de la vida privada de sus personajes,
esta cualidad se convierte, a menudo, en una involuntaria desconexión de la
lectura causada por el aburrimiento. Esas desatenciones provocadas por el tedio
tienen el peligro de que nos pasen inadvertidas reflexiones extraordinarias y
brillantes que, como si fueran fogonazos, aparecen aquí y allá.
Hay un cierto trasfondo histórico pero es secundario, Proust nos sitúa
en un ambiente social que parece inmune a los cambios económicos propiciados
por la II Revolución industrial y el duro colonialismo francés. Nada dice del
clima social de represión contra la izquierda, especialmente contra el
anarquismo de acción de finales de la centuria, aspectos todos ellos que
conducen a la Gran Guerra sin que parezca que sus protagonistas se percaten ni
les afecte. Las notas del caso Dreyfus nos revelan que el ambiente en que se
mueve Marcel, como la mitad de los franceses de la época, es claramente
antisemita y chauvinista, especialmente entre la aristocracia, y nos sitúa con
claridad a finales del siglo XIX, momento en el que Proust había superado la
treintena mientras que el Marcel de la novela es veinteañero.
El balance de la
lectura de este segundo volumen nos pone ante la tesitura de abandonar esta aventura
de tamaño colosal, no cerramos la posibilidad a una continuidad posterior pero
dejaremos pasar unos meses, eso seguro.