Esta obra de Umbral ha
sido una gran sorpresa. Ese señor malcarado, ceñudo y de apariencia prepotente
que no gustaba nada a la “movida madrileña”, ni al rodillo socialista de los
años ochenta, y que fue quedando tan postergado que ni siquiera recordaba
cuando había muerto. Nunca hubiera decidido leer algo suyo si no hubiera sido
por la “encarecida” recomendación, en
junio del año pasado, de Yossi Barzilai.
Pero me ha costado casi un
año decidirme a su lectura, las barreras de ese “umbral” antipático debían
haber calado tan hondo que no había manera de sentirme atraída por él. Varias
veces lo tuve en la mano y otras tantas lo volví a dejar. No me decidía a
iniciar su lectura y, la verdad, solo leo por placer. Y no entendáis placer en
el sentido habitual de alegría o sensación agradable, no, no siempre la lectura
me procura esa sensación, aunque solo considero que una lectura ha valido la
pena cuando me produce satisfacción la dedicación a ella. Porqué ¿qué es el
libro? Y vamos ya con Umbral:
El libro es sólo el pentagrama del aria que ha de cantar el lector. En el libro no hay nada. Todo lo pongo yo. Leer es crear. Lo activo, lo creativo, es leer, no escribir. De esos signos, de esa tipografía hormigueante y seca, mi imaginación levanta un mundo, un bosque, una idea, y continuamente salen volando pájaros de entre las páginas del libro (p. 109).
Mortal
y rosa (1975) tiene 188 páginas, yo he leído la octava
edición de 2008 con una Introducción de Miguel García Posada y un pequeño
Apéndice del propio Umbral, en total 242 páginas.
Francisco Umbral
(1932-2007) poeta, novelista, periodista y ensayista, fue tardíamente escolarizado
por lo que se puede considerar casi una autodidacta. Inició su carrera
periodística en 1958 en el periódico El
Norte de Castilla, fue promocionado por Miguel Delibes que percibió su
talento para la escritura. Desde entonces Umbral forjó una carrera de éxito
como escritor y periodista.
Su estilo, que se percibe
muy bien en esta obra, es de un gran lirismo, de hecho podríamos decir que es
prosa poética, utilizando muchas metáforas no siempre fáciles de interpretar,
acostumbra a utilizar neologismo e intercala versos, títulos u otras
referencias de sus escritores favoritos. Su vocabulario es rico, diverso y, en
muchos momentos, deslumbrante.
El olor de un libro, el olor de cada libro, ese enjambre de abejas tipográficas que nos marea y nos fascina cuando hundimos en él la nariz (p. 99).
Mortal
y rosa es un monólogo del escritor en el que reflexiona sobre
aspectos diversos, especialmente dialoga con su hijo que nació en 1968 y falleció a los seis años de leucemia. Por
momentos parece un ensayo porque no hay trama más allá de que se trata de un
diálogo con el hijo, un diálogo de amor, y de pena arrebatada cuando muere.
Alrededor de ese drama (un niño enfermo
es una blasfemia que profiere la vida), del que apenas cuenta nada
concreto, Umbral va cavilando, divagando sin orden ni concierto o con un orden
que solo él sería capaz de explicar. Aunque estamos a principios de los años
70, en plena descomposición del franquismo, apenas hay referencias al momento,
centrándose en la introspección que hace el autor de su manera de ver la vida
marcada por esa muerte terrible.
Me llevo al niño, dolorido y lánguido, lejos del gran absurdo organizado, a nuestro pequeño rincón de sinrazones, al cubil de la ternura. Viene aterido de miedo, perplejo de frío, y empieza a poner orden –su orden cálido y anárquico- en las cosas (p. 143).
¿Qué
me ha sorprendido positivamente de la lectura de esta obra?
En primer lugar la
forma tan sincera de expresar el amor tierno y entregado de Umbral hacia su
hijo: Sólo encontré una verdad en la
vida, hijo, y eras tú. No es habitual encontrar a un intelectual, hombre,
que descubra su corazón de una forma tan abierta y nítida. Me ha sorprendido
mucho su prosa, su rico vocabulario, sus imágenes y sus reflexiones sobre la
vida, sobre la historia, sobre la escritura, sobre las relaciones humanas,
sobre la explotación de los trabajadores/as, etc. Tengo montones de hojas con
señales de fragmentos que me gustan por motivos muy diversos... y es que como
él…
Hilvano el mundo con los ojos.Ojos que imaginan cuando leen, que ven lo que crean con su lectura, que ven incluso lo no visible y le dan precisión plástica a los conceptos, a los pensamientos leídos. Los ojos pastan en el libro y a veces, al cerrar el libro, los ojos se quedan dentro, como hojas frescas, y ando ciego por la vida, sin ojos, sin ver el mundo, porque los ojos siguen mirando lo que han leído, se han enterrado en letra impresa. Luego, cuando soy dueño de mis ojos, miro con ellos el mundo, y los paisajes vienen a los ojos en remolino (p. 93).
En el final del libro,
Umbral, desolado, se deja llevar por la desesperanza y dialoga caóticamente con
su hijo muerto:
La vida se ha quedado hueca de tiempo, el tiempo se ha quedado hueco de días. El tiempo lo creamos nosotros viviendo, esperando, avanzando. Si uno dimite de la vida, el tiempo ya no existe. El tiempo es nuestra impaciencia. Sin impaciencia, las esferas se paran y el mundo descubre su inanidad de chisme inútil, de trasto viejo, de cosa caída (p. 215).
Leer Mortal y rosa es pastar en la vida, beber de la vida y, por ello,
sentir el dolor más crudo, el dolor interior, sin aspavientos, sin alharacas.