He aquí un universo tan reducido como una ratonera, donde los únicos héroes son las víctimas, donde el mutismo solo es asequible a los intrépidos (64).
La novela de Ozick no es una ratonera pero sí crea un universo preciso entre la redacción del periódico en el que escribe sus críticas literarias, su pequeño y desordenado piso, y la librería de Heide. Todo ello en un Estocolmo desaparecido puesto que la ciudad apenas surge por sus páginas, quizás es una impostura más de las muchas que aparecen en la historia de El Mesías de Estocolmo.
El propio Mesías es ficción, una novela desaparecida en el caos de la ocupación nazi de Polonia, reaparecida en manos de tres personajes que pretenden utilizar al protagonista, Lars Andemening, para construir un timo que les haga ganar dinero.
Ozick describe la obsesión de Lars por el Padre, huérfano al ser salvado de la ocupación nazi por un planchador de obstinaciones, alguien que sacaba las cosas de un sitio –las cosas, y las personas- para meterlas en otro (113).
Entre los personajes que construye la autora con una habilidad extraordinaria, y un lenguaje expresivo de alta calidad literaria, está la librera Heidi, una mujer con la que a Lars le gustaría casarse por ser independiente, antipática, cerrada, hosca, vieja; una especie de heroína (36).
Dice la autora que Estocolmo está lleno de refugiados/as, lleno de heroínas y de héroes, solo a una persona xenófoba se le ocurriría pensar que eso pudiera mermar la riqueza de una ciudad.
Una excelente novela.