Compré el libro de Ana María Matute hace unos meses y lo tenía en espera. Cuando le concedieron el premio Cervantes, pensé que había llegado el momento de leerlo. Está acompañado de un brújula (que no sé si funciona bien) y la tapa tiene un reloj solar, hace mucho que lo tengo y no sé si fue un regalo o la compré yo, pero es uno de esos trastos que me gusta y le tengo cariño.
La novela tiene 376 páginas y el título hace referencia a una metáfora que usa la autora: el Unicornio de un cuadro toma vida y sale de él, la protagonista, una solitaria niña, lo ve y cuando logra tener un amigo importante, le pregunta:
“-¿Adónde va… y por qué vuelve? (…)
-Quiere entrar en el Paraíso.
-¿Por qué no entra…?
Entonces recitó de memoria algo que habíamos leído en El Rey Cuervo”: “Porque está vacío, porque nadie entró nunca antes, ni nadie entrará después…” (pp. 278-279).

Ana María Matute Ausejo nació en Barcelona el 26 de julio de 1925, novelista española, miembro de la Real Academia Española, y tercera mujer que recibe el Premio Cervantes (2010). Matute es una de las voces más personales de la literatura española del siglo XX y es considerada por muchos como la mejor novelista de la posguerra española.

Ana María fue la segunda de cinco hijos de una familia perteneciente a la pequeña burguesía catalana, conservadora y religiosa. Su padre, Facundo Matute, era propietario de una fábrica de paraguas. Cuando Ana María Matute tenía cuatro años cae gravemente enferma. Por dicha razón, su familia la lleva a vivir con sus abuelos en Mansilla de la Sierra, un pueblo pequeño en las montañas riojanas. Ana María Matute tenía diez años de edad cuando comenzó la Guerra Civil (1936). La violencia, el odio, la muerte, la miseria, la angustia y la extrema pobreza que siguieron a la guerra marcaron hondamente a su persona y a su narrativa. La de Matute es la infancia robada por el trauma de la guerra y las consecuencias psicológicas del conflicto y la posguerra en la mentalidad de una niña.
Cuento estos retazos de su biografía porque están presentes en “Paraíso Inhabitado”, la protagonista, Adriana, es una niña solitaria que cae enferma y deja de ir al colegio por su delicada salud, quedando al cuidado de dos mujeres del servicio, Tata María e Isabel, a las que considera su auténtica familia porque le dan calor y cariño. Hasta la página 230 no sabemos en qué época está ambientada la novela, en esta página menciona brevemente que viven en la IIª República y en páginas posteriores menciona el estallido de la Guerra. Esta breve referencia a la época en la que se desarrolla la historia de Adriana remarca una constante de las obras de Matute, el asombro de los niños, que veían y, muy a pesar suyo, tenían que entender los sinsentidos que les rodeaban: el mundo de los adultos, que Adri denomina “los Gigantes”, o la propia Guerra.
En la novela se describe la extrañeza de Adriana ante el mundo adulto (su madre, algo menos su ausente padre, el colegio de Saint Maur, etc), el afecto hacia las personas (todas mujeres) que parecen entenderla y quererla (Tata María, Isabel y su tía Eduarda) y, sobre todo, la historia de amistad-amor con su amigo Gavi, su “siamés” que la salva del miedo y de las “piedras en el corazón”.
Sus reflexiones, su manera de intentar comprender el mundo adulto, su personalidad y su lucha para mantener la amistad que le une a Gavi, componen una historia tierna, entrañable, un poco triste, pero cálida. Es de esas novelas que calientan el corazón y disuelven las piedras del corazón.
FRAGMENTOS:
---Adri dice:
“La noche era mi lugar, el que yo me había creado, o él me había creado a mí, allí donde yo verdaderamente habitaba. Despertar en la noche, adormecer en la mañana, y aquel vivir a contrapelo, fue quizá la razón de la tenue felicidad que me salvó de cosas como saber que nunca fui deseada, de haber nacido a destiempo en una familia que había ya perdido la ilusión y la práctica del amor” (p. 11).
“(…) este calificativo (el de mala) no me ofendía demasiado, porque, pensaba, ser malo sólo significaba no ser como los que me lo llamaban” (p. 33).
“Nunca hubiera podido imaginar que una ausencia (la de la tía Eduarda) ocupara tanto espacio, mucho más que cualquier presencia. Y fui consciente de mi gran soledad. Y este conocimiento aumentaba la tristeza que ya había descubierto. Sólo que ahora era mucho mayor” (p. 68).
“Me senté en un rincón, esperando un trocito de silencio donde introducirme” (p. 89).
“Y entonces sentí un gran deseo de comunicar la paz o la felicidad, esa peligrosa palabra que no debe pronunciarse y que de pronto había llegado a mí. Pero sólo se me ocurrió apretarle la mano (a su padre). Lo hice una sola vez, y casi al instante él me devolvió el apretón: y lo hizo dos veces. Los dos mirábamos hacia el cielo casi blanco, y con otro apretón de manos volví a decirle que le quería. Me respondió de la misma forma. Creo que nunca, ni antes ni después, he mantenido con nadie una conversación más íntima, más explícita. Ni tan bella” (pp 110-111).
“Eran mujeres muy distintas (Tata María e Isabel), tanto en edad como temperamento, pero las unía algo muy fuerte, yo no diría amistad, acaso un sentimiento más hondo y oscuro. Como pueden sentirse dos náufragos en una isla desierta, o dos últimos soldados en una trinchera, o dos simples mujeres a las que la vida ya no puede descubrirles muchas cosas y que, siendo tan dispares, se buscan una a la otra” (p 217).
“Y no lloraba, pero me daba cuenta de que mi voz estaba húmeda, como empapada de las lágrimas que últimamente se resistían a brotar de mis ojos, que tal vez caían hacia adentro, sobre el montoncito de piedras que iba tapando, más y más cada día, el corazón” (p. 238).
“Yo escuchaba en silencio. Ya no necesitaba esconderme, me sabía invisible, rodeada de palabras errantes, de ires y venires que parecían ya sucedidos, ocurridos, o aún por venir” (p. 353).
RECOMENDACIÓN: Es evidente que me ha gustado bastante, ha sido un placer y un disfrute leerla, saborear lo bien que escribe Matute y esa historia tan tierna de una niña tan sabia, ¿tan "marisabidilla"? (me ha recordado un poco a la niña de “La elegancia del erizo”).