No soy hustvedtiana. Y no lo soy porque ninguna de las novelas o ensayos que he leído de ella me han parecido redondos, siempre he visto altibajos importante en las obras que he leído. Páginas intensas, brillantes y reveladoras junto con páginas pesadas, aburridas y con pretensiones aleccionadoras que me alejan de ella. Puedo entender que una obra no salga redonda, pero el problema que tengo con esta autora es que en todas sus obras he percibido estos altibajos, ninguna de ellas es redonda.
Pese a ello, hay elementos positivos que me atraen y justifican que, pese a lo dicho, siga leyéndola. En esta novela me ha parecido muy interesante la construcción de un personaje, Harriet Burden (Harry), con una personalidad potente, compleja y poliédrica. Un personaje atractivo, que sufre el patriarcado en el mundo del arte, en carne propia pese a estar casada con un hombre relevante en dicho mundo y que dispone de fortuna. Una mujer que le permite a la autora tratar un tema muy querido, el de la identidad de género o la ambigüedad sexual.
«Ella no daba pábulo a las maneras convencionales de dividir el mundo en blanco/negro, hombre/mujer, hetero/homosexual, normal/anormal, pues ninguna de esas fronteras la convencían. Eran imposiciones, categorías definidas e incapaces de reconocer la mezcolanza que constituye la humanidad».
Alrededor de Harry (nombre equívoco con el que juega con la identidad de género), hay otros muchos personajes interesantes: su enigmático marido, Felix Lord, su posterior compañero Bruno, su hija Maisie, su hijo Ethan, sus máscaras (con las que intentará desenmascarar el ninguneo que sufre su obra por ser mujer): Anton, Phineas y Rune.
La narración está basada en los Diarios de Harry, que se van conociendo tras su muerte, y el intento, no solo de acercarnos a su personalidad, sino a ese ninguneo patriarcal que no logra derrotar pese a su intento de hacerlo a través de sus tres máscaras masculinas.