jueves, 28 de enero de 2021

Theodor Kallifatides, Madres e hijos




Cuando leí Otra vida por vivir comenté que era un libro de una dimensión humana  enorme y que me había sentido identificada con esa humanidad de inmediato. Así mismo, comenté que cuando acabé de leer el libro pensé: ¿Qué me ha contado este hombre? ¿Por qué me ha gustado tanto? ¿Por qué me ha emocionado de la manera que lo ha hecho?

Con Madres e hijos me ha pasado exactamente lo mismo, aunque la sorpresa ha sido menor porque ya lo esperaba. En esta ocasión el autor viaja a Atenas, ciudad a la que viajé hace algo más de un año, a visitar a su madre de 92 años y a su hermano. Resulta curioso que en ambas fotos de sus libros he elegido el mar, el viejo mar Mediteráneo, de marco para sus palabras.

El libro se desarrolla a lo largo de los siete días que dura su estancia en casa de su madre, en la que había sido también su casa antes de emigrar a Suecia. En esos días lee un manuscrito que su padre escribió hablando de su vida y de la de su familia y, a la vez, habla con su madre de episodios del pasado o de aspectos poco explicados por el padre en su escrito.
«Quiero recordar sin recordar. Quiero ser mis recuerdos». 
Como él señala al final del libro, no busca ni cuenta «secretos», simplemente cuenta la vida de sus allegados y, con esa cotidianeidad de la vida y de los afectos, relata sucesos que explican aspectos de la historia de Grecia en el siglo XX. En ese recorrido se piensa a sí mismo en las etapas de su vida, en su situación entre dos culturas tan diferentes, en su proximidad y lejanía de su familia griega, especialmente de su madre. Relata con sencillez y con belleza la relación con su madre, una relación, que no le cabe duda, ha sido y es esencial para él. Dice su madre:
 «Ni siquiera teníamos relojes. El alcalde tenía, el juez, el boticario, tu difunto padre. Nosotros sabíamos que era la mañana, el mediodía, la tarde o la noche. Nadie decía “las tres menos cuarto”. ¿A quién le importaba el cuarto? Ni las olivas ni las uvas están listas en un cuarto de hora. Mi primer reloj lo usé a los cuarenta años». 
Esa es la sensación que una tiene cuando lee a Kallifatides, qué importa un cuarto o media hora, el tiempo tiene otro ritmo cuando lees este Madres e hijos.

lunes, 18 de enero de 2021

Olga Tokarczuk, Un lugar llamado Antaño



No creo que sea una casualidad que Olga Tokarczuk haya llamado Antaño al pueblo polaco que protagoniza esta novela. Antaño indica un tiempo pasado indeterminado que queda lejano del presente, algo que refleja muy bien ese pueblo rodeado de bosques y de dos ríos que protagoniza esta brillante novela.

Antaño es, probablemente, un lugar real y mágico a la vez en el que transcurren muchas y variadas historias de las que emergen personajes de varias generaciones y de diversas familias que van definiendo la idiosincrasia de este pueblo. Mientras sus vidas se van desarrollando desde la infancia a la vejez, los acontecimientos históricos aparecen como un eco en Antaño: guerras, campos de concentración, resistencia, socialismo, etc.

Los habitantes son capaces, aparentemente, de asimilar todos los acontecimientos que se producen y que influyen, relativamente, en la vida de sus habitantes.
 « (…) para pensar es necesario tragarse el tiempo, interiorizar el pasado, el presente, el futuro y sus constantes cambios. El tiempo opera en el interior de la mente humana. Nunca se halla fuera». 

La lectura de Un lugar llamado Antaño tiene la virtud de relajar. La historia, real y mágica a la vez, te envuelve con su prosa exacta y llena de poesía. La «frontera» imaginaria de Antaño te aísla en este tiempo indeterminado que crea la autora y que te transporta a «otro mundo» que parece detenido en el tiempo.

viernes, 8 de enero de 2021

Svetlana Alexiévich, Los muchachos de zinc. Voces soviéticas de la guerra de Afganistán.

 


Un nuevo libro de Alexiévich. Ya conozco muy bien su estilo, su manera de escribir, sus fuentes, lo que pretende y cómo me afecta su lectura. Temas recurrentes: guerras, el hombre y la mujer soviética, el testimonio individual, el totalitarismo y sus consecuencias. Su método está basado en hacer entrevistas a testigos de los diversos temas que ha elegido para escribir; en este caso se trata de la guerra de Afganistán que se prolongó durante diez años: 1979-1989 (prolongándose en algunos aspectos hasta 1992).

La guerra de Afganistán es conocida como el «Vietnam de la URSS», una guerra con contenido colonial, una sangría de jóvenes muertos o herido gravemente, una guerra perdida. La URSS intentó ocultar la dimensión de esta larga guerra haciendo propaganda de que se trataba de una colaboración internacionalista y que los y las soldados/as iban a construir escuelas, puentes, a colaborar culturalmente, etc.

Los muertos/as volvían en ataúdes de zinc sellados, las familias quedaban desoladas porque además de la muerte de un familiar próximo, no podían verlo, no sabían qué había dentro del féretro. La guerra fue atroz y eso es lo que se explica en el libro a través de diversos testimonios de personas que eran soldados, oficiales, médicos/as enfermeros/as, prostitutas, madres. El resultado de sus testimonios es desolador, las guerras matan y hieren cruelmente, pero además transforman a las personas involucradas en ellas.

El relato es aterrador (y para mi gusto repetitivo). Incorpora en la parte final un apartado titulado “Juicio sobre Los muchachos de zinc en la que se explica las dificultades
 que tuvo la autora para publicar este libro.

Algunos fragmentos:

«No logro quitarme de encima la sensación de que la guerra es fruto de la naturaleza masculina, de la que en muchos aspectos me siento muy alejada» (24).

«El derecho del hombre a no matar. A no aprender a matar. No está escrito en ninguna de las constituciones existentes» (28).

«Me sorprende lo poco que reflexionamos mientras estuvimos allí. Veíamos a nuestros chicos, torcidos, quemados. Los observábamos y aprendíamos  a odiar. Pero no aprendimos a pensar» 200).

Y siempre la sombra de la duda sobre la participación de las mujeres en la guerra. Sobre si se prostituían o no.