Sí, a veces, hay apegos que pueden llegar a ser feroces, el título es muy elocuente. La autora escribe unas memorias sui géneris puesto que no nos cuenta todo ni hay un orden cronológico estricto. La realidad es que la vida es así. Hay años que valen por media vida y otros que pasan huraños y rutinarios, las memorias merecen ser iguales.
Si hay una protagonista en estas memorias es la relación entre la autora y su madre (socialista y judía como se especifica en el libro). Una relación basada en el cariño, en el apego, pero un afecto que genera tensiones, discusiones y rechazo en muchas ocasiones, un apego, por tanto, feroz.
Gornick va desgranando en el libro aquellos aspectos que le interesan: vecinos/as (especialmente la apasionada Nettie), los/las habitantes de los barrios de Nueva York en que viven, las relaciones familiares, las relaciones amistosas y amorosas, y, por encima de todo, la relación materno-filial.
Gornick busca tomar las riendas de su vida y tomar sus propias decisiones. Este objetivo de autonomía personal no le resulta nada sencillo. Su madre tiene algo que ver en sus dificultades. En todo caso es interesante seguirle los pasos y observar los tropiezos y dificultades que va encontrando en el camino. Su madre aporta algunas de estas dificultades.
La gente y sus enseres parecían evaporarse de un apartamento y otros ocupaban sin más su espacio. Qué pronto capté la naturaleza circunstancial de la mayoría de los apegos. Al fin y al cabo, ¿Qué más daba si al vecino de al lado lo llamábamos Roseman, Drucker o Zimmerman? Lo único que contaba es que hubiera un nuevo vecino. Nettie, sin embargo, marcaría la diferencia (42).