sábado, 26 de julio de 2014

ERIC AMBLER, La máscara de Dimitrios

Decía Graham Green que Ambler era el mejor escritor de novelas de intriga y espionaje. No soy capaz de saber si es el mejor pero sí que esta novela de 286 páginas es excelente. 
Las facciones de un hombre, la estructura ósea y los tejidos que la abren son resultado de un proceso biológico; pero cada uno se crea su propio rostro: es el reflejo de su actitud emocional, la actitud de sus deseos exigen verse satisfechos y que sus temores requieren para permanecer a cubierto de ojos inquisidores. Llevará ese rostro como si fuera una máscara demoníaca, un artificio necesario para despertar en los demás las emociones que habrán de complementar las suyas propias (p. 252). 
El título se explica en este párrafo, el rostro, según el narrador, servirá de pantalla tras la que poder esconder la desnudez de su mente



Eric Ambler nació y murió en Londres (1909-1998). Fue escritor, guionista y productor cinematográfico. La novela negra fue el género favorito del autor porque le permitía expresar sus ideas políticas. Pero Ambler, un inglés lleno de niebla, fue seducido por una ciudad oriental: Estambul, y algunas de sus novelas están ambientadas, en parte, en esta ciudad, como es el caso de La máscara de Dimitrios (1939). Su protagonista callejea por el barrio de Pera, el más europeo de Estambul, que mira al Cuerno de Oro


La trama de la novela es una auténtico thriller (hubo película, hecha en EUA, en 1944) cuya lectura nos va inquietando conforme vamos avanzando y se van desvelando algunas hábiles incógnitas. La novela empieza con un cadáver en Estambul y Charles Latimer, escritor de novela negra y protagonista de La máscara..., se lanza a la reconstrucción de las andanzas del muerto, un delincuente de la peor especie, Dimitrios Makropoulos. A partir de ahí se monta la trama en dos tiempos, el de los crímenes de Dimitrios en los años veinte y el del momento de las pesquisas, poco antes del estallido de la II Guerra Mundial. Nos sitúa en el periodo de entreguerras, un momento convulso y de grave crisis política, social y económica, y en la Europa de los Balcanes, aunque hay otros escenarios (París, Ginebra…). 


El thriller se verá influido por cuestiones éticas e incluso políticas. 
Dimitrios no era el mismo diablo. Sólo lógico y consistente; tan lógico y consistente, dentro de la jungla europea, como el gas venenoso llamado lewisite y los cuerpos destrozados de miles de criaturas muertas durante los bombardeos de una ciudad indefensa. La lógica de David de Miguel Ángel, de los cuartetos de Beethoven y de la física de Einstein había sido reemplazada por la del Anuario Comercial y del Mein Kampf, la obra de Hitler (p. 235). 
Los personajes están bien definidos, especialmente Charles Latimier que pretendía escribir una novela basada en la realidad y cuando llega a conocer dicha realidad concluye, con sentido del humor británico, que es mejor escribir una novela convencional con una ingenua intriga y un misterio artificial. Sin embargo para contradecir al personaje, aquí está La máscara de Dimitrios, un clásico de la novela negra que os absorberá.

miércoles, 23 de julio de 2014

CHARLIE HADEN


Desde que supe que este contrabajista de jazz había muerto el 11 de julio pasado, me rondaba cómo escribir sobre él desde mi conocimiento intuitivo del jazz, que tan difícil hace que pueda decir algo que tenga algún valor.

Como (casi) siempre la literatura ha venido a ayudarme de la mano de un oso sorprendente. Así que le dejo paso y lo acompaño con dos de las piezas que más veces he escuchado de Haden, At The Edge Of The World y  Moonlight. El contrabajo es uno de los instrumentos que más me gustan, en especial cuando no tiene acompañamiento y Haden puede buscar espacio para ir donde quiera.


Se sentía lo bastante cómodo como para fijarse en que Haden estaba tocando ciclos de pulsaciones divididos en series de tres con la fundamental afinada a la perfección y elevando las notas más altas infinitesimalmente hacia el sostenido para imprimir en los acordes un tono de búsqueda. Cuando hubo llegado al fondo del ciclo, liberó una de sus telúricas notas del fondo del contrabajo y la dobló con un impresionante movimiento de los dedos. La nota se arqueó de forma tan bella que devastó el corazón del Oso, que para entonces ya estaba prestando toda su atención, hasta el punto de que no acababa de creerse que fuera a tocar realmente con aquel tipo.
 

Todo el grupo se inclinó, escuchando, y un profundo silencio se apoderó de la estancia por si acaso se acababan las apariencias y el mundo del inmenso Significado, del cual procedía la música y hacia el cual ésta siempre apuntaba, tenía a bien aparecer a pesar de los pesares, bajaba el telón y vaciaba el escenario de todo engaño para llenarlo de verdad.
Estos fragmentos son de RAFI ZABOR, El oso llega a casa, novela en la que estoy ahora inmersa con profundo placer y de la que ya os daré cuenta cuando acabe de leerla.

viernes, 18 de julio de 2014

FERDINAND VON SCHIRACH, El caso Collini.

Esta novela de 151 páginas, con un anexo que la alarga hasta 154, transcurre, en sus primeras 96 páginas, narrando una historia aparentemente intrascendente en la que un joven, Caspar Leinen, afronta la defensa de su primer caso. Fabrizio Collini es el autor del crimen que le toca por turno de oficio a Leinen.





Cuando solo quedan 55 páginas, la historia cambia de rumbo y es imposible dejar de leerlas de un tirón para acabar absolutamente consternada y desolada. La concisión y desnudez de que hace gala el autor para revelar el trasfondo del crimen, y las trampas de la justicia alemana de postguerra, son estremecedoras.
Al principio las carpetas le resultaban ajenas, apenas había entendido lo que leía. Pero poco a poco todo fue cambiando. En la habitación grande, desnuda, el papel empezó a cobrar vida, todo quería apoderarse de él, y al acostarse soñaba con aquellas carpetas. Cuando regresó a Berlín, había adelgazado dos kilos. Llevó cajas de cartón llenas de fotocopias al bufete, se fue a su casa, echó las cortinas y se pasó el fin de semana metido en la cama. El lunes visitó a Collini en el centro penitenciario. Y cuando siete horas después salió de la prisión, ya sabía lo que tenía que hacer (p. 96). 
Imposible explicar tanto en menos de diez líneas y alertarnos de que las siguientes páginas desvelarán las razones por las que un obrero jubilado de la Mercedes-Benz, asesina a un anciano sin motivos aparentes. 




Ferdinand von Schirach (Múnich, 1964), jurista alemán que se adentra en la ficción con esta novela publicada en el 2011, es nieto del líder de las Juventudes Hitlerianas, Baldur von Schirach (1907-1974), que se afilió con 18 años al Partido Nazi. Pronto se ganó la confianza de Hitler que lo nombró en 1929 jefe de la Unión Estudiantil Nacionalsocialista y llegó a ser, con 26 años, jefe de las Juventudes Hitlerianas, con el rango de Gruppenführer en las SA. Durante la II Guerra Mundial Hitler le nombró Gauleiter (líder de zona) de Viena. Fue detenido en 1945 y juzgado junto a otros oficiales nazis en los Juicios de Núremberg y condenado por cometer crímenes contra la paz y contra la humanidad. Fue confinado en Spandau durante veinte años. 

Llegué a esta novela por un programa de radio en el que se hablaba del pasado familiar del autor de El caso Collini. No debe ser fácil aceptar que un familiar próximo, un abuelo, ha sido una asesino nazi. Pese al interés que me despertó, no anoté el título de la novela, me quedó el nombre en la nebulosa (incapaz de recordarlo pero capaz de reconocerlo si oía hablar de él). Fue en el blog de Agnieszka donde leí una reseña sobre esta novela. Cuando sumé uno más uno, fue imposible no leerla. 

¿Qué temas trata la novela? La honradez dentro del mundo de la justicia (abogados, fiscales, jueces, condenados, representantes de los encausados, etc); la aprobación de leyes que entran en contradicción evidente con la defensa de los derechos humanos; la constatación de que la mayoría de los nazis que asesinaron en masa fueron personas que podemos catalogar de “normales”; el sufrimiento que las víctimas son capaces de soportar y la marca indeleble que queda de ello. Además hay otros muchos temas menores que también tienen relevancia en la novela. 

¿Es una novela redonda? No. Tiene defectos y no es menor el escaso interés que me ha generado la primera parte de la novela. Sin embargo parece que el autor prepara un trampolín, arduo y aburrido, pero necesario para despegar en las últimas páginas trepidantes. Me gusta su estilo conciso, claro, cortante y breve. No me extraña que su publicación haya provocado un incendiario debate y haya logrado un importante éxito en Alemania.

viernes, 11 de julio de 2014

MARCEL PROUST, Por la parte de Swann.

En busca del tiempo perdido, monumental obra estructurada en siete volúmenes, siempre me había tentado, pero su gran extensión me desanimaba. Tenía comprado el primer volumen, en otra edición que la que he leído, desde hacía años. Fue la propuesta de Marcelo Z del blog Libros en estéreo quién me llevo a reunir los ánimos para hacerlo. A mi vez se lo propuse a Carlos y los tres hemos iniciado esta aventura con este primer paso. Por la parte de Swann tiene 510 pág y su título responde al protagonismo que Charles Swann tiene en este primer volumen. 



Marcel Proust nació en París en 1871 y murió en la misma ciudad en 1922. Proust nació en una familia judía acomodada. Fue un niño muy protegido por su frágil salud, ya que padecía ataques de asma. 

De muy joven frecuentó salones y pudo conocer el ambiente burgués y aristocrático de estas formas de sociabilidad de la clase alta parisina, frecuentó también a literatos y artistas. Debido a los recursos económicos de su familia, pudo vivir sin trabajar y dedicarse a escribir, con poco éxito, hasta la publicación en 1913 (de hecho autopublicación) de Por la parte de Swann. La segunda parte, A la sombra de las muchachas en flor, obtuvo el premio Goncourt en 1919, poco después de acabada la Iª Guerra Mundial, y fue la consagración del exquisito estilo narrativo de Proust que dio continuidad a su proyecto novelístico, En busca del tiempo perdido. Murió en 1922 de una bronquitis mal curada y fue su hermano quien editó los manuscritos hasta que en 1927 publicó el séptimo, y último, El tiempo recobrado



El volumen está compuesto de tres partes (Combray, Un amor de Swann y Nombre de país: el nombre) que contienen temas y aspectos formales esenciales en la escritura de Proust, yo destacaré dos: la recuperación poética de lugares y anécdotas de la infancia y juventud del protagonista, Marcel; y la enunciación, a partir de anécdotas particulares vividas por los distintos personajes y por el protagonista, de elementos psicológicos de la naturaleza humana (el amor, los celos, la pérdida del ser amado, la subjetividad de la percepción individual, etc.). 
¿Llegaría hasta la superficie de mi clara conciencia aquel recuerdo, el instante antiguo que la atracción de un instante idéntico había venido desde tan lejos a excitar, conmover, despertar en lo más profundo de mi ser? P. 64 
Destaca el personaje de Charles Swann y su sufriente experiencia amorosa con Odette (¿o es ésta la que sufre como consecuencia de los celos del exquisito Charles?). A través de ese hecho, el amor, o su carencia, la obra progresa, a veces con monotonía por pecar de reiterativo, de forma circular hacia esa recuperación del tiempo (¿perdido?) de unos personajes errantes vistos a través de un «yo» narrador que aparece y desaparece. 
Al principio no sintió celos de la vida entera de Odette, sino solo de los momentos en que una circunstancia, tal vez mal interpretada, le había hecho suponer que Odette hubiese podido engañarlo. Sus celos, como un pulpo que lanza primero una amarra, luego otra y después una tercera, se aferraron sólidamente a aquel momento de las cinco de la tarde y después a otro y luego a otro, pero Swann no sabía inventar sus cuitas. No eran sino el recuerdo, la perpetuación, de un sufrimiento que le había llegado de fuera (p.342). 
Proust crea personajes muy diversos, ya hemos señalado a Swann, pero también construye personajes cómicos, como Mme. Verdurin y su grupo de afines, y a todos ellos nos los muestra con un ritmo lento que, a veces, te distancia de la obra pese a su prosa exquisita, lírica donde las haya. Su parsimonia a la hora de expresar las pasiones y la vida privada requiere de concentración y paciencia para leerlo. Pero si nos adaptamos a su ritmo encontraremos fragmentos perfectos y relatos sobre la condición humana letales y precisos como un estilete de filo hiperafilado. 


Leer a Proust no es difícil, nada comparable con leer a Joyce, pero si requiere de esa mencionada concentración. Si logramos entrar en el ritmo de su obra, las compensaciones serán inagotables. 

La opinión de Marcelo Z la podéis leer en el enlace a su blog y lo que destaca Carlos lo incluyo a continuación: 
Dije que al comienzo esta obra me parecía ñoña en exceso, porque entendía que era el retrato de una clase social, desde el punto de vista de un niño que como se descubre al final acaba creciendo, pero sin anticipar acontecimientos, las ti-itas del niño que se la traen, sobre todo aquella que obtuvo plaza permanente de residente en la cama, desde donde controlaba hasta el vuelo de las palomas. La cocinera que se sabe ama y resulta respondona. El retrato despectivo que hacen de la clase más baja cuando apenas los rozan con el texto. La presencia de Swann, que practica el deporte de asombrar modistillas y resulta ser un Don Juan de pacotilla, y casi fallece celos y comete un disparate, cuando se enfrenta a una mujer de verdad. Odette, maravilla de mujer que se sabe desenvolver y sacar partido en una sociedad de ociosos y diletantes. Me surge la duda de si en verdad Proust pertenecía a esa casta de pretenciosos. En la última parte, la tercera, se resuelve en parte la situación con un niño enamorado de verás, como sólo saben amar ellos, los infantes, y los dementes.
Una interesante lectura en buena compañía siempre proporciona satisfacciones.

sábado, 5 de julio de 2014

JEAN-LUC SEIGLE, Al envejecer, los hombres lloran.

Reconozco que una de las motivaciones para leer esta novela fue su título. No comprendo porqué se supone que los hombres no lloran y las mujeres tienen la lágrima floja. Que las mujeres expresen sus sentimientos a través de las lágrimas nunca ha sido censurado sino incentivado. Los discursos de género, que se han producido en este país a lo largo del tiempo, tienen algún elemento perenne como el hecho de que el mundo femenino es emotivo y emocional… y lacrimógeno. Yo no me he reprimido cuando he querido llorar, de joven y ahora de menos joven, incluso diría que lloro menos ahora que antes. Sin embargo, están mal vistas las lágrimas masculinas, son síntoma de falta de masculinidad. 


Al envejecer, los hombres lloran. Era cierto. Quizá llorasen todo lo que no habían llorado en su vida; era el castigo de los hombres duros (p. 29). 

Leí la reseña en el blog de blasfuemia (mi último blog recomendado) y decidí que quería darle una oportunidad a esta novela de 237 pág. 

Jean-Luc Seigle es novelista, dramaturgo y guionista; autor de tres novelas, Al envejecer, los hombres lloran es su última novela publicada en 2012. 



La novela transcurre en una pequeña localidad francesa (Assys) a lo largo de un solo día del año 1961 (no sé qué ocurre pero este año he leído varias novelas con esta característica común: Ulises, La señora Dalloway y esta que comento). Hay diversos aspectos que trata el autor: la lucha entre lo moderno y lo tradicional, las tragedias cotidianas, las guerras y sus secuelas (la Iª y la IIª Guerra Mundial y la guerra de Argelia), el amor filial y de pareja y la importancia de la literatura como la mejor manera de traducirse en palabras.

Guilles, tal vez un día, con toda tu literatura, sepas poner palabras a todo este desasosiego. Yo no soy capaz (…) Las palabras están encerradas en su cabeza y sólo muy raramente lograban deslizarse hasta su boca. Esta noche, manaban abundantemente por sus ojos. Nunca había deseado tanto llorar como esta noche, porque no eran lágrimas de tristeza, ni de alegría, sino sólo la expresión de algo que le era desconocido, de una increíble pureza que lo lavaba todo (págs. 184-185). 
Albert Chassaing, el padre, lleva el peso de la narración. Es un nostálgico resistente de los viejos tiempos que dejó el campo para trabajar como obrero en la cercana Ciudad Michelin. Cuando se levanta la mañana del día en el que transcurrirá la novela, derrama unas lágrimas que le sorprenden a él mismo. A partir de ese momento el día avanza para Albert en una línea de desilusión existencial que desencadena la tragedia. Solo su hijo de diez años, Gilles, un lector entusiasta, le ancla a la vida y le inspira afecto. La literatura y el afecto parecen las únicas claves para seguir adelante, quien las tiene subsiste, quien no, naufraga en la confusión y en la crisis.

Los personajes son desiguales, mientras Albert y Gilles (añadiría el maestro jubilado de París que se instala providencialmente en el pueblo y la madre de Albert) están bien construidos y la empatía surge de forma espontánea. Suzanne y el resto de personajes parecen marionetas de lo moderno: la TV, la formica, la parcelación, los adosados, etc. Pese a que sabemos que lo moderno se impone sobre lo tradicional, el autor nos intenta conducir hacia la ética del mundo tradicional al que solo parece faltarle la literatura. 
Descubrió que la felicidad no era ese estado de beatitud que se había imaginado, la felicidad era un presagio, el presagio del bien, como la infelicidad era el presagio del mal. Era exactamente una promesa (p. 178). 

Un mensaje excesivamente claro que no deja espacio al misterio, predecible en ocasiones, y con algunos lugares comunes (especialmente el adulterio entre Suzanne y el cartero), sin embargo, logra construir, a través de ese obrero de Michelín, un ser humano de una autenticidad conmovedora.