
Ya no recuerdo qué me llevó a comprar estas Cartas. Empecé a leerlas hace pocos días, algunas las he releído varias veces.
Estas diez cartas que escribe Rilke al joven poeta, Franz Xaver Kappus, tiene 97 páginas que incluyen una nota preliminar del traductor y la breve presentación de F. X.
Kappus cuando publicó estas cartas.

En este caso no voy a hablaros del autor, de sobra conocido, ni os daré una visión general de las Cartas. No habrá recomendación porque no hace falta. Reproduciré fragmentos que, al elegirlos, definen lo que me ha gustado de ellas.
Empezaré por algo que no conocía, la influencia de RODIN sobre Rilke.
Entre el insigne escultor francés y el joven poeta nacieron a principios de siglo XX unas relaciones que se volvieron cada vez más estrechas, convirtiéndose pronto en amistad perdurable, que dio magníficos frutos. Rilke vivió largas temporadas en París y llegó a ser, con una asignación de 200 francos al mes, secretario de Rodin desde septiembre de 1905 a mayo de 1906. Rilke escribió el mejor libro existente acerca del maestro y que se titula Rodin.
¿Qué aprendió de él? Entre otras cosas, algo fundamental: trabajo y paciencia: “vivir, tener paciencia, trabajar”, dice Rilke en una carta.

Describe la mirada de Rodin, cuando éste trabaja, como si atravesara el aire como un hilo; es capaz de una inmovilidad de piedra cuando sus ojos se detienen en las cosas; sus manos - dice- están hechas para tomar con fuerza, para hacer gestos que creen cosas y les den su forma; entraba en su taller con una regularidad invariable y, durante años, no se acostó sin antes haber realizado lo que había imaginado durante la jornada; nunca dejó de rehacer sus obras y, a veces, como en el caso de La Puerta del Infierno, las destruía para rehacerlas de manera más conforme con su visión.
Rodin enseñó al poeta a contemplar la obra de arte como una actividad religiosa y a hacer sus versos tan consistentes y completos como esculturas:
“Las cosas no son todas tan palpables y decibles como nos querrían hacer creer casi siempre; la mayor parte de los hechos son indecibles, se cumplen en un ámbito que nunca ha hollado una palabra; y lo más indecible de todo son las obras de arte, realidades misteriosas, cuya existencia perdura junto a la nuestra, que desaparece”.
“Una obra de arte es buena cuando brota de la necesidad (…) no sabría darle más consejo que éste: entrar en sí mismo y examinar las profundidades de que brota su vida: en ese manantial encontrará usted la respuesta a la pregunta de si debe crear”.
Carta 1, p. 21 y 24
Los poemas de este período aparecieron en Nuevos poemas (2 volúmenes, 1907-1908). Una muestra es:
Canción de amor
¿Cómo sujetar mi alma para
que no roce la tuya?
¿Cómo debo elevarla
hasta las otras cosas, sobre ti?
Quisiera cobijarla bajo cualquier objeto perdido,
en un rincón extraño y mudo
donde tu estremecimiento no pudiese esparcirse.
Pero todo aquello que tocamos, tú y yo,
nos une, como un golpe de arco,
que una sola voz arranca de dos cuerdas.
¿En qué instrumento nos tensaron?
¿Y qué mano nos pulsa formando ese sonido?
¡Oh, dulce canto!
Para Rilke la experiencia artística estaba cerca de la experiencia sexual, “en su dolor y gozo”, por ello, “son sólo formas diversas de una idéntica ansia y dicha”. Cuando estaba escribiendo esta extraordinaria afirmación de Rilke estaba escuchando el CD de ETTA JAMES & THE ROOTS Band, Burnin down the house, y esta canción, Rock me Baby, me pareció muy oportuna para ilustrar a Rilke:
Qué lúcido Rilke cuando afirma que no hay ningún mundo sexual completamente maduro y puro:
“(…) hay un mundo que no es bastante humano, sino sólo viril; que es celo, embriaguez e inquietud, y cargado de los viejos prejuicios y orgullos con que el varón desfigura el amor”.
“Toda belleza (…) es una quieta forma perdurable de amor y anhelo”
“En un pensamiento creativo viven mil noches de amor olvidadas, que lo llenan de altura y grandeza. Y los que en las noches se unen y entrelazan en mecida voluptuosidad, hacen un serio trabajo y reúnen dulzuras, hondura y fuerza para la canción de algún poeta venidero, que surgirá para expresar indecibles delicias”.
Carta 3, p. 39, 46, 47
O cuando habla de la humanidad de la mujer, “llevada adelante en dolores y humillaciones”:
“Un día (…), un día existirá la muchacha y la mujer cuyo nombre no signifique meramente una oposición a lo masculino, sino algo por sí, algo que no se piense como un completamiento y un límite, sino sólo vida y existencia: la persona femenina.
Este progreso transformará la experiencia del amor (…); la cambiará desde la base, convirtiéndola en una relación que se entienda de persona a persona, no ya de hombre a mujer. Y este amor más humano (…) se parecerá a aquel que preparamos combativa y laboriosamente, el amor que consiste en que dos soledades se defiendan mutuamente, se delimiten y se rindan homenaje”.
Carta 7, p. 73
Rilke nos conduce a ser valientes y aceptar lo asombroso, lo inaudito… Me gusta acabar con este fragmento:
“Debemos aceptar nuestra existencia en toda la medida en que corresponda: todo, aun lo inaudito, debe ser posible en ella. Esto es en el fondo la única valentía que se nos exige: ser valientes para lo más extraño, asombroso e inexplicable que nos pueda ocurrir. A la vida le ha hecho infinito daño el que los hombres hayan sido cobardes en este sentido (…). Pues no es sólo la pereza lo que hace que las relaciones humanas sean tan indeciblemente monótonas y se repitan sin renovarse de caso en caso; es el miedo a alguna nueva experiencia no previsible, a cuya altura uno no cree haber crecido. Pero sólo quien esté hecho a todo, quien no excluya nada, ni aun lo más enigmático, vivirá como algo vivo la relación con otro, y conformará él mismo su propia existencia a fondo”.
Carta 8, p. 81
Si algo me define es ese afán por aceptar, incluso buscar, lo imprevisible, lo inaudito, lo asombroso, lo extraño………, es lo que me mantiene viva. Y no pienso renunciar a ello.
La fotografía del libro es de Laura Uve, el resto de imágenes y el vídeo están tomadas de google. Las obras de Auguste Rodin son de Las puertas del infierno.