viernes, 27 de febrero de 2015

BIBLIOTECA

REBECCA CAMPBELL

Esos ejemplos permitieron que un bibliotecario de genio descubriera la ley fundamental de la Biblioteca. Este pensador observó que todos los libros, por diversos que sean, constan de elementos iguales: el espacio, el punto, la coma, las veintidós letras del alfabeto. También alegó un hecho que todos  los viajeros han confirmado: No hay, en la vasta Biblioteca, dos libros idénticos. De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total y que sus anaqueles registran todas las posibles combinaciones de los veintitantos símbolos ortográficos (número, aunque vastísimo, no infinito) o sea todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas. Todo: la historia minuciosa del porvenir, las autobiografías de los arcángeles, el catálogo fiel de la Biblioteca, miles y miles de catálogos falsos, la demostración de la falacia del catálogo verdadero, el evangelio gnóstico de Basílides, el comentario de ese evangelio, la relación verídica de tu muerte, la versión de cada libro en todos los libros, el tratado que Beda pudo escribir (y no escribió) sobre la mitología, los libros perdidos de Tacito.

JORGE LUIS BORGES, "La biblioteca de Babel" en Ficciones.

sábado, 21 de febrero de 2015

NORMAN MANEA, El té de Proust. Cuentos reunidos.

Leí sobre este autor en Babelia, apunté su nombre y busqué algo publicado. No acostumbro a leer cuentos, prefiero las novelas, pese a ello decidí comprar esta obra que reúne 26 cuentos de diversa extensión y que dan un total de 334 páginas. El título, muy bien elegido, corresponde a uno de los cuentos. 

Norman Manea (Rumanía, 1936) vivió de niño la deportación, junto a su familia, en un campo de concentración ucraniano. Finalizada la guerra, vivió la construcción de una dictadura comunista en paralelo a la dura postguerra. Se dedicó a la literatura aunque estudió ingeniería y se fue distanciando del régimen hasta que se exilió en 1986 y se fue a vivir a Nueva York. 


Campos de concentración vividos desde la mirada de los niños, la guerra y sus sufrimientos y penurias, la postguerra y las dificultades para olvidar los horrores de la persecución sufrida y adaptarse a la rutina cotidiana, el terror del totalitarismo comunista en Rumanía, la desconfianza, la supervivencia del pensamiento en el reino de la intolerancia y la falta de libertades; todos estos temas conforman el trasfondo de estos cuentos. 

Manea tiene una manera de narrar muy peculiar, en los cuentos no hay una línea argumental con un inicio y un final sino que son recuerdos fragmentados que se van destilando hasta constituir una imagen entre luces y sombras que linda unas veces con el lirismo e inmediatamente con el horror. Algunos cuentos son especialmente crípticos y nos generan cierta crispación por no saber dónde quiere llegar el autor con descripciones aparentemente banales. Hay relatos que rinden homenaje a algunos escritores como el propio Proust, Chejov o Kafka.


“El té de Proust” no afirma que los buenos recuerdos consolaran en los campos de concentración, no, Manea destroza la evocación burguesa de memorias dulces del vivir En un campo de concentración una familia se reúne alrededor de una taza de agua verdosa hecha con hierbas que encontraban mientras observan un terrón de azúcar que el abuelo ha logrado preservar. 
(…) tal vez una mera orden de la memoria no sea capaz de conseguir que regrese el tiempo pasado, pero éste si puede resucitar gracias a la sensación extraña y espontanea que ofrecen el olor, el gusto o el sabor de algún elemento accesorio e inerte del pasado cuando volvemos a encontrarlo. Pero el aroma de aquella bebida divina no habría podido suscitar recuerdo alguno: semejante placer no había existido nunca. Por sus recuerdos, sea como fuere, aquel bebedizo embrujado no podía ser llamado de ninguna de las maneras té (p. 44).
La lectura de estos cuentos no es fácil, sus temas que duelen, las descripciones de la conducta humana que parecen perderse en un laberinto y que expulsan a los personajes a un exilio espiritual. Manea escribe muy bien, con fragmentos casi poéticos que, de pronto, nos sorprenden y nos reconfortan. 
Ocasos grises, la noche crecía blanca, en el lapso de unas horas los vientos cubrían los cristales de flores de hielo. Los gatitos se dormían temprano en su habitación, el tiempo se adelgazaba (p. 174, “Función de estreno”). 

Encontramos destellos de esperanza en los que un gesto desafiante puede convertirse en todo un manifiesto en favor de la libertad. Pero también encontramos la dureza con la que denuncia el totalitarismo, sea del fascismo o del comunismo. 
Una prueba de que no se puede aguantar cualquier cosa durante un lapso cualquiera de tiempo. Un aviso de la dolencia, con toda seguridad de una que tiene que ver con la reacción necesaria para restablecer el equilibrio con la función viva de un sistema que no puede seguir viviendo solo a base de asentimientos, en una continuidad sospechosa y falsa, sin rechazos ni fuertes desarreglos (p. 140, “Dos camas”). 
Todos estos ingredientes exigen una lectura paciente, lenta y atenta. Yo tengo que reconocer que no siempre tenía el ánimo predispuesto a una lectura tan exigente.

sábado, 14 de febrero de 2015

NIGEL NICOLSON, Retrato de un matrimonio.

Philip Laszlo, Vita (1910)

Conocí este libro en el blog EL MUNDO ALREDEDOR de Aglaia Callia y enseguida supe que tenía que leerlo, lo encontré por internet en una librería de libros de segunda mano, luego ha pasado un tiempo, no muy largo, puesto que lo dejé a la vista para que no se me olvidara su lectura.    


El libro, editado en 1989, tiene 320 páginas que incluyen un prólogo de Marta Pessarrodona y un prefacio del autor. Su título hace referencia a un peculiar matrimonio, el formado por la aristócrata Vita Sackville-West (1892-1962) y el diplomático Harold Nicolson (1886-1968). 

NIGEL NICOLSON

El libro, escrito por el hijo de ambos, Nigel Nicolson, se compone de  cinco partes: la primera y la tercera  pertenecen a Vita Sackville-West y las otras tres son de su hijo Nigel. Cuando su madre murió, Nigel encontró muchas cartas y escritos y, entre estos papeles, un cuaderno con una autobiografía escrita en primera persona de cuando Vita tenía 28 años, la reproducción literal de esta autobiografía son las dos partes mencionadas. Pero su hijo tenía más información de esos años a través de escritos de su padre, de su abuela y de cartas dirigidas a diversas personas por parte de su madre, con este material es con el que escribe las partes segunda, cuarta y quinta. Además incluye una cronología que abarca los años 1827-1921.

Harold Nicolson y Vita Sackville-West

Vita inició su autobiografía el 23 de julio de 1923 y así empezó el cuaderno:

En realidad no tengo derecho a escribir la verdad de mi vida ni a poner en situación difícil, como natural consecuencia de ello, la vida de tantos otros; si lo hago sólo es, espero, movida por la urgencia de decir la verdad y porque sé que no hay alma viviente que la conozca totalmente (p. 19).
Más adelante, señala que escribe su historia por tres razones,  decir la verdad y contar de forma verídica las relaciones entre mujeres, puesto que pensaba que ningún relato se había escrito  sin la intención de provocar el regocijo vicioso de los posibles lectores, y, por último:
(…) porque tengo la convicción de que, a medida que avanzan las edades y los sexos se van mezclando debido a sus crecientes semejanzas, esas relaciones dejaran de ser consideradas meramente antinaturales y se las comprenderá mucho mejor, y no solo en su aspecto intelectual si no también en el físico (p. 154).
Y para no faltar a la verdad confiesa abiertamente que se vistió de hombre y que fue maravillosamente divertido (…) nunca me sentí tan libre… (p. 160), la transgresión no era solo vestirse de hombre sino actuar como tal, vivir en ese rol, acompañado por una mujer a la que amaba, Violet Trefusis.


Violet y Vita

Así pues, Vita, según su hijo, una rebelde conformista, una aristócrata romántica (p. 121), cuyo padre era snob en el sentido de que daba exagerada importancia al nombre y a la fortuna (p. 120), casada ya con Harold, se enamoró apasionadamente de Violet, que también se casó aunque amaba a Vita. Ambas vivieron su amor enfrentándose a los convencionalismos en los llamados “felices años veinte”.

John Lavery, Violet Trefusis (1919)

Vita tenía ideas muy avanzadas respecto al papel de la mujer, la relación entre personas del mismo sexo o la manera de entender el matrimonio. En realidad, lo extraordinario de esta obra es la narración de cómo Vita y Harold llegaron a construir un matrimonio sólido, fundado en el amor, mientras ambos sostenían relaciones homosexuales extramatrimoniales y llevaban una vida libre que suponía separaciones, sobre todo por el trabajo de diplomático de él.

Estaba convencida de la necesidad de libertad para que la mujer se igualara al hombre en todos los ámbitos de la vida, sin embargo,  periódicamente se avergonzaba de tener estas ideas y de vivirlas. Sin embargo no estaba dispuesta a renunciar a tener una vida rica y que su marido también la tuviera, y no la tediosa repetición de magros hábitos cerebrales (p. 262). Una vida rica se construía sobre fundamentos espirituales, intelectuales, no físicos, y en los deseos de saborear la vida, desafiar los convencionalismos, trabajar mucho, jugar peligrosamente con las emociones y en la solicitud que se demostraban mutuamente.

Vita y Harold (1960)

La clave de su relación era la confianza, estamos seguros uno del otro en esta extraña, íntima, distanciada y mística relación que nunca podremos explicar a un extraño, le escribía Vita a Harold. Pero confianza es, en la mayoría de los matrimonios, fidelidad, en el suyo significaba que debían contarse siempre sus infidelidades con la seguridad de que siempre regresarían al centro común y amarse hicieran lo que hicieran (p. 263). Por lo demás, cada uno llevaba su vida cuando estaban separados, pero cuando estaban juntos muy pronto se instalaban en su fácil compañía o camaradería, dejando que las palabras se filtraran solas en la mente del otro, alimentándose el uno al otro con las impresiones de lo que habían leído o escuchado, un proceso estimulante (…) siempre lleno de cariño. La sensación de que cada uno estaba disponible para el otro y que nadie les molestaría sin ser autorizado a entrometerse, permitió asentar un largo matrimonio hasta el final de sus días.


Por último, hay unas páginas en las que se habla de la relación breve, pero intensa, que Vita mantuvo con Virginia Woolf. Se conocieron en 1922 y Vita fue la inspiración para escribir el Orlando que fue publicado en 1928. Tampoco he incidido en que Vita y Harold eran escritores aunque probablemente no serán recordados por ello. Apenas he hablado de la relación entre Vita y Violet…, en fin, leed este interesante testimonio de un matrimonio sui géneris.

sábado, 7 de febrero de 2015

CLARICE LISPECTOR, Cerca del corazón salvaje.

He leído varías reseñas de otras obras de esta autora a Yossi Barzilai, siempre con admiración hacia su manera de narrar. Elegí este título porque era el que estaba disponible en la librería cuando fui a comprar algo suyo, supongo que el título de la última reseña de Yossi que ahora no recuerdo.


Se trata de una obra de 197 páginas, publicada en 1944, densa como el agua de un pantano lleno de limo. El corazón salvaje es el de su protagonista, Juana, una persona que es niña cuando empieza la novela y que crece, a lo largo de una trama que no es capital en la novela, hasta llegar a la madurez.

Cerca del corazón salvaje es una novela compleja, explora la personalidad de Juana a través de un diálogo interior al estilo de Joyce. Se dice que el título podría venir de este fragmento de Retrato del artista adolescente, cuando el protagonista recordaba su  adolescencia:
Estaba solo. Abandonado, feliz, cerca del salvaje corazón de la vida.


En cierta manera la historia que se cuenta aquí transcurre a través de fogonazos, estampas de la vida cotidiana en su dimensión más introspectiva, que nos permiten conocer la vida de Juana avanzando desde la infancia a la madurez. A Lispector le interesa más remarcar las sensaciones que los hechos en sí, por eso esta obra recuerda a un diario, pero un diario de percepciones, no de sucesos.
Entre un instante y otro, entre el pasado y el futuro, la vaguedad blanca del intervalo. Vacío como la distancia de un minuto a otro en el círculo del reloj. El fondo de los acontecimientos alzándose callado y muerto, un poco de eternidad.(…) Dejando tras de sí el intervalo perfecto como un único sonido vibrando en el aire. Renacer después, guardar la memoria extraña del intervalo, sin saber cómo mezclarlo con la vida. Cargar para siempre el pequeño punto vacío –deslumbrado y virgen, demasiado fugar para dejarse desvelar (p. 157).
La incomunicación, la dificultad de expresarse a través de palabras, está presente en cada página de esta novela y es lo que va densificando el ambiente como si una víbora, Juana, estuviera agazapada en la sombra dispuesta a inocularnos el veneno de la destrucción. No resulta fácil avanzar por las páginas de esta obra, la introspección del mundo y de la autora no construye una historia con sucesos, sino un avanzar a saltos que va descubriendo el alma de unos personajes que, a veces, desaparecen recurriendo al pronombre (él y ella) para hacer referencia a los tres personajes principales: Juana, Octavio y Lidia. No busquemos conclusiones o soluciones a este triángulo, lo mejor es navegar entre sus palabras y encontrar las conexiones que nos puedan vincular a lo que explica la autora.
Quiso el mar y sintió las sábanas de la cama. El día prosiguió su marcha y la dejó atrás, sola (p. 31).
Se sentó en la cama. Dentro de sí era como si no hubiera muerte, como si el amor pudiera fundirla, como si la eternidad fuese la renovación (p. 41).
El viaje era largo y de los bosques lejanos venía un aire frío de espesura mojada (p. 43).
Sentía el mundo palpitar dulcemente en su pecho, le dolía el cuerpo como si en él estuviera soportando la feminidad de todas las mujeres (p. 137).
Lispector parte de lo cotidiano retorciendo su sencillez al mostrar el interior de sus personajes, ralentizando el tiempo o agitándolo y recorriéndolo con rapidez según las emociones y pensamientos interiores. No es una lectura fácil y cuesta entrar en su manera de narrar, sin embargo es un esfuerzo que compensa aun cuando te deje cansada, herida, escéptica, llena de preguntas sin respuesta.




miércoles, 4 de febrero de 2015

CLARICE LISPECTOR

Clarice Lispector nació en Ucrania en 1920, sus padres de origen judío emigraron a Brasil en 1921. Murió en 1977 en Rio de Janeiro. Siendo estudiante conoció a su futuro marido, el diplomático Maury Gurgel Valente, al que acompañó de país en país hasta su separación en 1959.


En esta primera fotografía Lispector, que debía estar en la treintena, y aún casada con Gurgel Valente, mira a la cámara con seriedad, no hay ni amago de sonrisa, mira con desafío palpable en la cara ligeramente levantada. Segura de su exótica belleza no desea que la juzguen por ella. Destacan sus oblicuos ojos que están acentuados por la línea en el párpado superior y la máscara de pestañas negra. Sus labios gruesos, sin embargo, no están pintados sino suavemente para no destacarlos, pero no lo logra. Media melena retirada de la cara y un vestido blanco con un collar de perlas de doble vuelta que realza su cuello.


En esta segunda imagen no es fácil determinar su edad, quizás sea más joven que en la primera, en todo caso es mucho más sofisticada por su pose con esa mirada perdida, las dos manos, con un anillo en cada una, que componen dicho posado, el cigarrillo y el vestido negro con un llamativo collar, las uñas pintadas y largas, sus pómulos marcados. Pese a las diferencias con la primera, en este caso remarca la boca, pintada de color ciruela y no maquilla tanto los ojos, su rostro transmite la misma altivez, seriedad, impavidez y, a la vez, extraña serenidad, o quizás desdén, por todo lo que le rodea.

Sus rasgos, y quién sabe si su personalidad, son ucranianos y por mucho que Brasil le influyera no  dejó de ser extranjera en su tierra de adopción a la que llego con un año.


La última fotografía es la de una mujer madura, seguramente en la cincuentena. Su gesto ha cambiado, sonríe ligeramente y tiene baja la mirada, su expresión no es tan dura como en las otras dos fotos, su gesto es casi suplicante, ya no se enfrenta, comprende más, ha recorrido un largo camino pese a que no llegará a cumplir sesenta años. Es mi fotografía favorita sin duda alguna.

Son mis impresiones, no he buscado las fechas de publicación de las fotografías y puedo estar equivocada en la edad de Lispector.
EL LIBRO QUE HE LEÍDO Y COMENTARÉ ESTE FIN DE SEMANA ES: CERCA DEL CORAZÓN SALVAJE