sábado, 31 de mayo de 2014

MARIA VAN RYSSELBERGUE, Hace cuarenta años y STEFAN ZWEIG, Leporella.

La casualidad ha querido que estas dos obras estén unidas puesto que las he leído seguidas y en un breve espacio de tiempo. Las dos tratan el mismo tema: el amor. Las dos lo hacen desde un punto de vista radicalmente diferente y, sin embargo, se parecen como dos gotas de agua.


En estas dos obras se refleja un amor que nunca traspasa la frontera de los hechos, su amor es puro relato, conversación, miradas, pasión, desesperación, ternura, miedo, delicadeza, obsesión, elegancia. Sin embargo, María es correspondida y Leporella (Crescenz) no. Son amores secretos, pero el otro  reconoce el amor femenino que, en Hubert (de  Hace cuarenta años)es luz y en el barón (de Leporella) es oscuridad.


Maria y Leporella aman hasta la renuncia más sublime que puede llevar a matar y/o morir. La renuncia de satisfacer y realizar el amor es el grado mayor de sacrificio para un alma enamorada y en ello coinciden dos mujeres muy diferentes: una tosca, cerril y simple (Leporella) y la otra exquisita, delicada, inteligente y elegante.

Son dos obras breves, Hace cuarenta años tiene 85 páginas con dos notas, una de los editores y otra de Natalia Zarco. Leporella tiene 51 páginas.

MARIA. THÉO VAN RYSSLBERGHE

Maria Van Rysselberghe (Bruselas, 1866-1959) es lo que se denomina una escritora “secreta”, una autora de culto de breve obra: Los cuadernos de la Petite Dame, notas que durante un tercio de siglo fue tomando sobre su amigo André Gide; Strophes pour un rossignol, Galerie privée y la fundamental obra que se reseña aquí.

 THÉO VAN RYSSLBERGHE

Hija de una familia culta ligada al arte belga, se casó con el pintor Théo Van Rysselberghe y mantuvo una larga amistad con el escritor André Gide que fue quién le animó a escribir. Una mujer “hecha de otros” que tuvo un apasionado amor, que escribe transcurridos cuarenta años, con Émile Verhaeren, poeta francés considerado como uno de los padres del modernismo y amigo de su marido.


Sobre Stefan Zweig (Viena, 1881-1942) se puede consultar la etiqueta correspondiente.

Hace cuarenta años es el relato del amor apasionado que surge entre Maria y Émile (Hubert en el relato) a finales del siglo XIX en una playa del Mar del Norte, en la casa de la duna. Un amor arrebatado hecho de palabras, de miradas y en el límite, abrazos y besos. Un amor que pese a nacer en un ambiente bohemio de artistas, nunca traspasó de esos límites puesto que ambos estaban casados, amaban a sus respectivas parejas y ellos eran grandes amigos. De esta manera su amor crece, mientras comparten la casa de la duna durante un mes, entre lecturas, paseos y sueños.
Bajo la luz nocturna parecíamos penetrar en una región interior más rica. Todo un mundo nacía entonces, bajo la lámpara, un mundo con caminos insospechados y escalas nuevas (p. 42).
Un amor perfecto que siempre será recordado por Maria porque lo conservó incontaminado, de la rutina del paso del tiempo, en su corazón: Aunque no dominaba mis pensamientos, reinaba desde un punto estratégico: ese del que nacen los mandatos más profundos. No le pedía sino que existiera (p. 19).

Leporella (nombre inspirado en el sirviente de Don Giovanni de Morart) es también el relato de amor de una mujer en la que todo era hosco, áspero y pesado. Pensaba a duras penas y comprendía con lentitud (…) (p. 92). Una criada a cargo del municipio como hija ilegítima acostumbrada a trabajar duro todo el día y que nadie la había visto nunca reír; también en eso se parecía a los animales, pues –cosa quizá más cruel que la pérdida del habla- a las criaturas irracionales de Dios no les ha sido dado el don de la risa, esa bendita expresión de los sentimientos que brota espontáneamente (p. 93).

De forma imprevista esta mujer tosca y obtusa se enamora de su señor, el barón, con una pasión servil y sumisa que deriva en una obsesión tal que llega a vivir a través de él:
(…) parecía como si se hubiera trasladado de su cuerpo al de él; vivía a través de sus sentidos, participaba con placer de todas sus alegrías y conquistas con un entusiasmo casi vicioso (p. 117).
Se convierte, sin que el barón lo comprenda hasta que es demasiado tarde, en su sombra y ¿quién vuelve la cara hacia su propia sombra?


Ha sido un placer leer dos historias con dos visiones diferentes e idénticas del amor.

sábado, 24 de mayo de 2014

¿EUROPA TIENE FUTURO?

FERNANDO BOTERO

La conciencia europea –me gustaría llamarla la “conciencia cultural de Europa”- empezó a atrofiarse en aquellos años en los que despertó el sentimiento nacional, la conciencia nacional. Se podría decir que el patriotismo ha asesinado a Europa. El patriotismo es particularismo. Un hombre que ama su “nación” o su “patria” por encima de todo, revoca la solidaridad europea. Amar significa valorar el objeto amado, más aún sobrevalorarlo. Amar con los ojos abiertos, es decir, con capacidad crítica, es algo de lo que sólo son capaces algunos hombres, los elegidos. A la mayoría de las personas el amor las vuelve ciegas. La mayoría de las personas que aman su patria o su nación son unos pobres ciegos. No sólo no están en condiciones de ver los típicos errores de su nación y de su país, sino que incluso tienden a considerar esos errores como un modelo de virtudes humanas. Y a eso, con mucho orgullo, se le llama “conciencia nacional”.
JOSEPH ROTH, “Europa solo es posible sin el Tercer Reich”, Die Wahrheit (Praga), 20 de diciembre de 1934.
Se trata de un escritor austriaco, judío, que abandonó Berlín ante el ascenso de Hitler al poder en 1933, exiliado en París escribió un conjunto de artículos, hasta su muerte en 1939, sobre el totalitarismo y la dictadura nacionalsocialista. Claro, inflexible y convincente, este fragmento sobre Europa tiene una lectura en 2014.

Al buen entendedor con pocas palabras basta.
Su libro, La filial del infierno en la Tierra. Escritos desde la emigración, es muy recomendable.

sábado, 17 de mayo de 2014

JOHN WILLIAMS, Stoner.

Tengo una compañera de trabajo a la que me ha unido el amor por los libros. Antes de que habláramos de literatura no había nada que nos uniera más allá de coincidir en algunas actividades propias de nuestro trabajo, incluso algunas posiciones respecto a la manera de entender alguna cuestión laboral nos había generado una cierta antipatía. Sin embargo, por casualidad, empezamos a hablar  de literatura y la antipatía se ha disuelto, no creo que se convierta en amistad, pero hemos encontrado una afinidad que nos entretiene en los momentos de descanso dentro del centro de trabajo. Fue ella quién me habló muy elogiosamente de esta novela y decidí comprarla, luego vi una reseña de Marcelo Z que coincidía en la valoración de la obra y fue suficiente para leerla.


La novela tiene 240 páginas y su título no ofrece ninguna dificultad puesto que es el apellido del protagonista: William Stoner.

John Williams (1922-1994) nació en el noreste de Texas y después de trabajar en diversos oficios se enroló en el ejército en 1942 y fue tras la II Guerra Mundial cuando fue a la Universidad de Denver, se licenció en 1949 y a partir de 1950 ejerció como profesor en la Universidad de Misuri. Escribió narrativa y poesía siendo Stoner, publicada en 1965, y Augustus (en castellano El hijo de César), publicada en 1973, sus novelas más conocidas.



Pero William Stoner conocía el mundo de una manera que pocos de sus colegas más jóvenes podrían comprender. Por dentro, bajo su memoria, yacía la experiencia de la dureza, el hambre, la resistencia y el dolor. Además del recuerdo fugaz de sus primeros años en la granja de Booneville, llevaba siempre cerca de sus consciencia el conocimiento sanguíneo de su herencia, transmitida por ancestros cuyas vidas fueron oscuras, duras, estoicas y cuya ética común era la de mostrar a un mundo opresivo rostros inexpresivos, duros y fríos (p. 192).
Stoner es, en efecto, un hombre de origen muy humilde nacido a finales del siglo XIX y cuya familia haciendo un gran esfuerzo envía a la Universidad. Matriculado en la Facultad de Agricultura, acaba estudiando literatura por el impacto que le causa un profesor cuando en clase le dice:
El señor Shakespeare le habla a través de 300 años, señor Stone, ¿le escucha? (p. 17)
A partir de ese momento Stoner tiene una especie de revelación y opta por dedicar su vida a estudiar y enseñar literatura, una extraña opción para un hijo de campesinos pobres de Misuri.
El amor a la literatura, al lenguaje, al misterio de la mente y el corazón manifestándose en la nimia, extraña e inesperada combinación de letras y palabras, en la tinta más negra y fría… el amor que había ocultado, como si fuese ilícito y peligroso (…) (p. 103).
Siendo extraña esa elección, y otras muchas a lo largo de su vida, el protagonista de esta novela transmite, desde los pequeños dramas que le van ocurriendo, una rectitud moral y una defensa de la honradez y del esfuerzo que convierten a Stoner en un personaje aparentemente gris pero que irradia la luz de los héroes anónimos.
Pese a sus errores en el mundo de los afectos, el amor, intenso y fijo, siempre había estado ahí y lo había dado sin pensar:Lo había ido dando, de manera extraña, en cada momento de su vida y quizás lo había dado más cuando no era consciente de estar dándolo. No se trataba de una pasión ni de la mente ni de la carne; era más bien una fuerza que comprendía a ambas, como si fuese, más que un asunto de amor, su sustancia específica (p. 217).
Cuando conoce a la mujer con la que se casará, Edith Elaine Bostwick, se da cuenta de que, tras escucharla durante una hora y media (nunca más hablará tanto de sí misma como en ese momento), eran desconocidos de una manera impensable y supo que se había enamorado (p. 52). Stoner se deja guiar por un amor que jamás será correspondido y que le lleva a una rutina exenta de afecto y descreimiento hasta que a los 43 años encuentra a Katherine Driscoll, mucho más joven que él, que le enseña que el amor no es un fin sino un proceso a través del cual una persona intenta conocer a otra (p. 171) y un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón (p. 172).

El trasfondo de la vida de Stoner se sitúa en la primera mitad del siglo XX, una época agitada por dos guerras mundiales y una crisis económica mundial que se engarza con su vida personal y con las mezquindades de una pequeña Universidad en la que, pese a todo, Stoner trata, de manera conmovedora, de contagiar su amor por la literatura.


Una historia bien contada y escrita y un personaje tan bien construido que una lo sigue recordando muchos días después de haber cerrado el libro.

sábado, 10 de mayo de 2014

BOHUMIL HRABAL, La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo.

Un título que me ha confundido a lo largo de la lectura de esta extraña historia, pero en la última parte emerge como la clave que da sentido a todo.
Bueno, se dijo mi padre, veo que efectivamente el tiempo se ha detenido y empieza una época nueva, pero yo solo tengo la llave de los tiempos antiguos, no puedo abrir la puerta de los nuevos, porque pertenezco completamente a los tiempos muertos (p. 171).
Llegué a este libro a través de una compañera de trabajo que, tomando café en el descanso, me habló con entusiasmo de este autor. La novela tiene 172 páginas y en la penúltima se despeja definitivamente la clave de ella. Puedo dar esta cita porque tendréis que leerla si queréis saber a qué me refiero. Imposible hacer spoiler con la historia de los hermanos Francin y Pepín.

Bohumil Hrabal (1914-1997) nació en Brno (Moravia) el año en que se inició la Iª Guerra Mundial, una ciudad que entonces formaba parte del Imperio Austro-Húngaro. Poco tiempo después de acabar la guerra  Hrabal era un niño que formaba parte de un nuevo Estado: Checoslovaquia. El joven Hrabal vivió la invasión nazi y la IIª Guerra Mundial y, cuando ésta acabó, la transformación de lo que había sido un Estado democrático, en el periodo de entreguerras, en uno de los estados socialistas controlados por la URSS en un mundo tocado por la Guerra Fría. Vivió después la caída de dicho régimen y la separación de la antigua Checoslovaquia en dos estados (1993) y Hrabal, por nacimiento y lengua, dentro de la República Checa.



Estamos ante un autor, por tanto, que vivió tantas transformaciones territoriales y políticas que por fuerza tuvieron que influirle de forma decisiva pese a que en esta novela, publicada en 1978, y con contenido autobiográfico, no tienen gran protagonismo estos cambios.

Fue un escritor tardío puesto que su primera novela la publicó en 1963, Skřivánci na niti (Alondras en el alambre), que sería dos años más tarde llevada al cine por el director Jirí Menzel quien popularizó muchas de sus novelas (Tijeretazos, Fiestas de campanillas blancas y Trenes rigurosamente vigilados, estrenado en 1966 y que obtuvo el Óscar a  la mejor película de habla no inglesa). En los años setenta fue represaliado por su adhesión a la “Anticarta” en la Primavera de Praga y expulsado de la Asociación de Escritores Checos, retirándose su obra de librerías y bibliotecas, para más tarde permitir a Hrabal publicar sus textos de forma ocasional en tiradas reducidas. En el año 2006 el director Jirí Menzel estrenó Yo que he servido al rey de Inglaterra, nuevamente basada en una de las novelas más relevantes de Hrabal.

En La pequeña ciudad donde se detuvo el tiempo el narrador es un niño de 10 años, el propio Hrabal, que centra el relato en torno a su padre Francin, gerente de una fábrica de cerveza, y de su tío Pepín, trabajador en ella y que vive en la casa de su hermano. Se trata de una novela coral que va desgranando personajes alrededor de los centrales, al hilo de los dos hermanos aparecen otros muchos: la madre del pequeño, el cura, sus abuelos y otros muchos personajes secundarios.

Cuando inicié la novela tuve la impresión de que la historia no era nada del otro mundo y que quedaba reducida al mundo cotidiano de un niño, pero poco a poco las observaciones costumbristas e intimistas van construyendo unos personajes y una reflexión sobre la vida que me fueron atrapando y que muestran un talento narrativo lírico muy especial a la vez que una gran imaginación.
(…) ambos amigos trabajaban, pero el sentido de su trabajo era el mismo que el del barril: ninguno. De hecho, igual que todo lo demás: el tiempo se había detenido definitivamente en el campanario de la iglesia de nuestra pequeña ciudad, en todas partes el tiempo se había detenido o se detenía, se había detenido el tiempo de las ferias y de las fiestas mayores y de los mercados de ganado, además de las ferias de Navidad, se había detenido el tiempo de los paseos del domingo por la mañana y de cada día al atardecer (…) (p. 156)
¿Qué ocurre cuando a una persona se le detiene el tiempo, es decir, cuando vive en el pasado? Pues ocurre que se queda fuera del tiempo y los que viven en los tiempos antiguos, incapaces de abrir la puerta de los nuevos, se quedaban en sus casas con sus recuerdos, haciendo mutis…(p. 157), ¿es lo que le ocurrió al propio autor?

La obra no olvida el trasfondo histórico y político pero no le da protagonismo, éste lo tienen las personas que pululan por la obra y, especialmente, lo tiene la vida de unas personas zarandeadas, como el propio autor, por tantos acontecimientos que les van arrinconando “fuera del tiempo”, quizás en una cervecería de Praga rodeados de amigos como al propio autor le gustaba estar.

Pese a que no está interesado en la crítica política Hrabal es capaz de dibujar con breves pinceladas el mundo de la nobleza imperial, el de la burguesía y proletariado, la ocupación nazi o el cambio operado con la llegada de los comunistas al poder que refleja con la emblemática palabra Sokol que hasta hoy en Moscú sigue teniendo resonancias, (prueba de ello es el parque y la estación de metro Sokolniki, o sea, de los halcones). 

Como dijo el propio autor: 
Allí donde fallo yo como hombre, fallan también mis personajes literarios. Por otro lado, ellos sienten orgullo por las mismas cosas que yo, es decir, por los pormenores cotidianos de la vida.

miércoles, 7 de mayo de 2014

JULIO CORTÁZAR... JAZZ



Este libro es de los libros abrazables, que no hay muchos pero alguno hay. Y mi dedo está ahí por la costumbre que tengo de abrir en exceso los libros.
Hace tantos años que leí a Julio Cortázar que no tenía ninguna etiqueta con su nombre. Leyendo a Cortázar descubrí tanto que no podría, en una introducción que pretendo breve, describirlo con precisión... Buenos Aires, París, humor, amor, imaginación, cronopios, Carol, el metro, la autopista, divertimentos, historias, intersticios, política, miedo, mate, lectura, JAZZ… 

…el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke inaugura una ‘cave’ y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo por todas partes con el don de la ubicuidad que le ha prestado el Señor, en Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizá había otros caminos y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos dulces de caminar y que no los tomaron, o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la primera frase de un blues, etcétera, etcétera.


De Rayuela, cap. 17 (recogido de Cortázar de la A a la Z. Un álbum biográfico, p. 141).

La imagen es de Sarah Ann Loreth.

sábado, 3 de mayo de 2014

RABIH ALAMEDDINE, La mujer de papel.

Un título sugestivo, una metáfora de una lectora voraz. Yo misma.
Soy una gran lectora. Sí, eso soy, una gran lectora con un fastidioso dolor de espalda.Cuando me duelen los huesos o mi espalda se rebela, considero el dolor un castigo por haber abandonado mi cuerpo durante tanto tiempo, por haberlo tratado incluso con desdén (págs. 61-62).

Llegué a este libro a través de una reseña de Margari. Reconozco que cuando encontré el ejemplar marcado con el sello de Best Seller, refunfuñé. Pero también es cierto que, como ya dije en otra ocasión, no desprecio una novela por obtener éxito de ventas.

La novela tiene un título que define a su protagonista Aaliya, siempre rodeada de papel por su amor a la lectura y por traducir, a mano y en folios, numerosos títulos literarios que acaba guardando en cajas que se amontonan en diversas habitaciones de su apartamento, incluido el lavabo. La novela la he leído en una edición de bolsillo y tiene 316 páginas.

Rabih Alameddine, nació en Jordania en 1959. De padres drusos libaneses creció en Kuwait y Líbano, abandonó este último país a los diecisiete años para trasladarse a vivir a California. Empezó a escribir tras dedicarse a otras actividades publicando su primera novela en 2001, Yo, la Divina (he encontrado una referencia de que su primera novela no es esta sino otra publicada en 1988, Koolaids: The Art of War), y obteniendo su mayor éxito con El contador de historias (2008). La mujer de papel fue publicada en 2012.


Mentiría si dijera que esta novela me atrapó desde el principio, de hecho transitaba por sus páginas pensando que había vuelto a fracasar en mi elección y que deambularía por sus letras sin pena ni gloria. Pero me engatusaron las referencias que Aaliya hacía a sus escritores favoritos (que son los del autor): Roberto Bolaño, Fernando Pessoa, Giuseppe Lampedusa, Marguerite Yourcenar, Italo Calvino, Marguerite Duras y otros muchos.
La delicia de descubrir una verdadera obra maestra. La belleza de las primeras frases, el qué es esto, el cómo es esto posible, el primer enamoramiento otra vez, la sonrisa del alma. Mi corazón empieza a elevarse. Me veo sentada todo el día en mi sillón, inmersa en vidas, tramas y frases, embriagada por palabras y quimeras, literalmente paralizada por la satisfacción, leyendo hasta apurar al máximo la penumbra, hasta que no pueda distinguir las palabras, hasta que mi mente empiece a divagar, hasta que mis doloridos músculos no puedan sostener el libro. El gozo es la expectativa del gozo (p. 132).
Después me atrapó el dramático trasfondo de una ciudad como Beirut siempre en guerra (1975-1990) en la que nada funciona como debería. Pero sin darme cuenta iba quedando enganchada en la personalidad de esa mujer de setenta años, Aaliya, que por error acaba con el cabello teñido de azul. Una asocial que una vez que la abandona su marido se dedica en cuerpo ya alma a los libros sin muchos deseos de mantener relaciones ni con una familia que no la quiere, ni con unas vecinas que prefiere esquivar e ignorar.

Cómo no admirar a una mujer que acaba durmiendo con un rifle por si su apartamento es asaltado, una persona que durante cincuenta años traduce algunos de sus autores favoritos por el mero hecho de hacerlo, que cuestiona la masculinidad de la guerra, el fanatismo religioso o las banalidades femeninas que no puede asumir. ¿Qué puede ser una trampa para adular el gusto femenino lector occidental? No lo descarto.

En todo caso esta mujer de papel ha acabado siendo una lectura agradable que no puedo descartar para ciertos momentos y que dibuja un buen personaje femenino que vive al margen del sistema establecido sin alharacas ni violencias como solo las mujeres, cuando se obstinan, saben hacerlo.