Hacía tiempo que tenía esta novela en casa, pero como siempre me ocurre, su lectura se ha postergado porque otras novelas me han captado más la atención. Sin embargo, ha merecido la pena la espera y la ocasión para leerla. Aproveché un viaje a Málaga de ida un día y vuelta al siguiente para leerlos en las horas de esperas y de viaje, así que la he leído en tres días con muchas horas seguidas de lectura. Imposible mejor ocasión.
Estamos ante una maravilla, una de esas novelas que no se olvidan, MAGISTRAL. Todo es magnífico: la historia, el trasfondo, el personaje central, la manera de narrar, el dominio del lenguaje, todo.
En el otoño de 1939, una familia judía decide enviar a su hijo de seis años a una aldea remota para salvarle la vida. El escenario no se especifica en la novela pero Kosinski habla de su país de origen: Polonia. Este niño se verá obligado a vagar por la zona rural polaca para poder sobrevivir durante toda la guerra. Acusado continuamente de gitano, a veces de judío, su vida se complicará mucho en un contexto de violencia en el que los nazis apenas aparecen.
Una violencia primitiva, unida al antisemitismo y el racismo campará a sus anchas, sin límites legales, en uno de los países en los que más muertes de civiles se produjeron. Esa violencia se muestra sin paliativos, es la barbarie vista por la mirada de un niño que se convierte en víctima permanente por su pelo y ojos morenos.
La mirada de este zarandeado niño es magistral, sus maneras de intentar huir de la violencia, de adaptarse y aprender lo necesario para sobrevivir, de confiar en alguien que lo pudiera tratar como un ser humano.
Me asustaba estar solo, pero recordé las dos condiciones que, según Olga, eran indispensables para sobrevivir sin ayuda humana. La primera consistía en conocer las plantas y los animales, en estar familiarizado con los venenos y las hierbas medicinales. La otra era poseer un fuego, o «cometa», propio (59).
Muy recomendable.
"Nuestro Niño Interior entiende de instantes mágicos".
ResponderEliminarCon seguridad el geminiano* Kosinski lo sabía, y con éste libro contactó con el niño que los lectores llevan dentro.
Una métáfora de la condición humana.
Abrazos querida Laura.
A un niño en un árbol
Eres el único habitante
de una isla que sólo tú conoces,
rodeada del oleaje del viento
y del silencio rozado apenas
por las alas de una lechuza.
Ves un arado roto
y una trilladora cuyo esqueleto
permite un último relumbre del sol.
Ves al verano convertido en un espantapájaros
cuyas pesadillas angustian los sembrados.
Ves la acequia en cuyo fondo tu amigo desaparecido
toma el barco de papel que echaste a navegar.
Ves al pueblo y los campos extendidos
como las páginas del silabario
donde un día sabrás que leíste la historia de la felicidad.
El almacenero sale a cerrar los postigos.
Las hijas del granjero encierran las gallinas.
Ojos de extraños peces
miran amenazantes desde el cielo.
Hay que volver a tierra.
Tu perro viene a saltos a encontrarte.
Tu isla se hunde en el mar de la noche.
Teillier
Desde luego, construyó un personaje inolvidable. Que fuerza y coraje, magnífico. Igual que el poema que me dejas, precioso.
EliminarMuchas gracias, querida Adriana.
Un abrazo muy grande.
Ponerse en la piel de un niño en esas circunstancias y saber contarlo de modo convincente me parece un ejercicio dificilísimo. Además no recuerdo otra recomendación tuya tan rotunda. ¿quién no se lee esa novela?
ResponderEliminarUn abrazo
Muy muy difícil y muy muy logrado. Igual tienes razón en lo de la recomendación rotunda. Me ha gustado mucho.
EliminarUn abrazo.
A mí a veces me pasa, que dejo alguna en espera y después resulta que es la mejor lectura de todas.
ResponderEliminarSíii, ocurre algunas veces... y que maravilla encontrar un tesoro que tenías ahí guardado (y casi olvidado).
EliminarDel autor no he leído nada aún, pero he visto la peli 'Desde el jardín', con el memorable Peter Sellers en el rol protagónico, hace...
ResponderEliminarSi tú dices que es magistral, no me quedará otra opción que hallar un ejemplar, como sea. Imagino lo difícil que debe ser ponerse en la piel de un niño a la hora de narrar.
Queda debidamente apuntado.
Recibe un fuerte abrazo.