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viernes, 18 de septiembre de 2015

ELIZABETH HARDWICK, Noches insomnes.

Esta obra, una fusión entre ficción y realidad, la recomendó Antonio Muñoz Molina en un excelente artículo, aparecido en Babelia el 9 de mayo de este año, titulado “Voz del insomnio”. En este artículo, Muñoz Molina habla de un tipo de libros particulares que no se parecen a otros (cualquiera de nosotras podría hablar de libros así ¿o no es verdad?). Libros que no pertenecen a un género preciso, que no son extremadamente célebres y que se han escrito  en un “trance de metamorfosis permanente: ensayo, confesión, diario, relato de viajes, collage de citas, apuntes”. Libros que se pueden abrir por cualquier página y encontrar “breves secuencias de lectura completa”. Muñoz Molina da varios ejemplos de este peculiar tipo de libro, pero me quedo con uno de los mejores que tengo la fortuna de haber leído, Libro del desasosiego de Fernando Pessoa.


Noches insomnes es un libro de 115 páginas, traducido en 2009 (publicado en 1979) en una edición cuidada pero de letra pequeña. Su título, como no podría ser de otra forma en esta obra, no responde a algo concreto, por tanto, es interpretable y lo hago. Hardwick recoge en este libro la vida, y ésta está llena de momentos buenos, malos, regulares, estancados, llenos de incertidumbres e insatisfacciones (interesante la introducción de Geoffrey O’Brien al respecto), pensar en ello es algo muy propio de noches en las que el sueño no llega.

Elizabeth Hardwick nació en Lexington, Kentucky, en 1939, y murió  en Nueva York en 2007. Estudió en la Universidad de Kentucky y de Columbia. Solo escribió tres novelas, una breve biografía sobre  Herman Melville y cuatro ensayos entre los que destaca uno dedicado a las mujeres en la literatura: Seduction and Betrayal (1974). Noches insomnes fue su última novela.
Billetes, migraciones, preocupaciones, propiedades, deudas, cambios de nombre y vuelta a cambiar otra vez: y todo esto por haber leído muchos libros (p. 5).
La mancha del lugar de origen no se adhiere a nosotros como un derecho de nacimiento, sino como  una especie de artificio, como una suerte de cosmético (p. 8).

Dice Muñoz Molina que hay en el libro de Hardwick “un fulgor de escenas aisladas en el tiempo” y me parece una definición muy acertada. Estamos ante una obra en la que no hay una trama en el sentido estricto de la palabra, no se respeta el orden cronológico, utiliza la primera y la tercera persona, explica la realidad y se la inventa, habla de ella y de muchos más, cuestiona la memoria y los recuerdos como fuente de verdad.

Entre 1949 y 1972 estuvo casada con el poeta Robert Lowell, Noches insomnes empezó a escribirse poco después de su muerte en 1977. Hardwick lo había amado, cuidado, protegido, abandonado y vuelto a acoger en el curso de sus  trastornos mentales, sus borracheras y sus aventuras amorosas, algo de todo eso aparece aquí y allí en esta obra.

Aparecen referencias a esos temas que me gusta tanto encontrar: libros, bibliotecas y jazz, me quedo con la última porque resulta que hay un largo retrato de Billie Holiday.
Y, siempre, la luminosa autodestrucción de Billie Holiday.(…)Era rutilante, lúgubre y solitaria, aunque, por supuesto, nunca estaba sola, nunca. Majestuosa, siniestra y decidida.Los labios seductores, los párpados aceitosos, el perfume violento; y en su voz las eles y las erres del trópico. Su presencia y su voz creaban una ansiedad inmensa, creciente (pp. 24-25).

Un libro que en su peculiaridad retrata a una mujer especial que mezcla confesiones a la manera de un diario, inventa a la manera de una novela, recita a la manera de un poema, reflexiona y recapacita a la manera de un puzle, sueña a la manera de una mujer plenamente viva. Y todo ello encaja con brevedad y concisión, fragmentariamente para no alargar lo que quiere decir sin necesidad. Un monólogo que retrata a una mujer y la trasciende para hablar de hombres y mujeres de un país (de varios en realidad) y en una época, que podría ser la actual aunque no lo es.