De Colic leí hace unos cuatro años Los Bosnios, me impresionó su manera de narrar la guerra sucedida en los Balcanes en la década de los noventa. Allí narraba de forma autobiográfica cómo un joven escritor bosnio se convertía en un soldado en medio del Apocalipsis, del drama, del dolor, del horror y de la barbarie.
Y este Manual de exilio, publicado en 2016 (en España en 2017), parece la continuación de la autobiografía de Colic. Aquel soldado bosnio decidió desertar del ejército en 1992 y exiliarse en Francia.
¿Ser desertor en tiempo de guerra y traidor a todo el mundo hace de mí un refugiado político? ¿Dónde comienza y dónde acaba la política? (56).
Cuando llegó a este país no sabía francés y no tenía apenas nada para hacer frente a su nueva vida. Por sus páginas desfila un refugiado-exiliado-inmigrante con todas sus penurias, extrañezas, nostalgias, pesadumbres, desilusiones y miserias.
Estoy agotado, estoy enfadado, conmigo, con la guerra, con todo el mundo. Es evidente que no estoy en mi sitio (24).
Con él transitan otros refugiados por el país de “acogida” y por otros países por los que se moverá siempre acompañado de sus autores favoritos (Sartre, Emily Dickinson, Allan Poe, Kafka, ………………) en los que encuentra un leve refugio, al igual que en el alcohol, en el exceso de comida, en algunas relaciones con extrañas mujeres, algunos amigos y, especialmente, una cierta ironía que le ayuda a contemplar su situación sin la tragedia que entraña.
Tengo la tez y el gesto, los pies y la cara de un campesino balcánico. Al acercarme al Père-Lachaise, me pregunto: ¿cómo es posible que un inglés, un italiano, un africano puedan tener fácilmente, sin el menos esfuerzo, pinta de poeta exiliado y tú no? ¿Por qué todo el mundo, Wilde, Gombrowicz, hasta Solzhenitsyn, tiene un nombre más fácil, más literario que el tuyo: COLIC?
La escritura es su tabla de salvación y poco más; mucho más que lo que tienen otros compañeros de albergue, de banco callejero o de mísera habitación. Me gusta especialmente un vecino con el que establece relación en Budapest, Joseph Korda (hay una descripción, entre las págs. 170 y 172, maravillosa). Quizás por ello es capaz de concebir esta definición de felicidad, a través de Korda, tan hermosa:
Antes de salir en busca de la felicidad –añade-, mire a ver; quizá ya es usted feliz. La felicidad es pequeña, corriente, discreta, son muchos los que no son capaces de verla (174).
Os animo a leer a Colic.