sábado, 30 de noviembre de 2013

PAREJAS ESCINDIDAS… Y JAMES SALTER, Años luz.

Tras leer un libro de relatos de este autor, y los comentarios elogiosos de esta novela en los blogs de Yossi y Offuscatio, me decidí a emprender su lectura.

La novela tiene 381 páginas y no he sabido encontrar referencias al significado del título, se me ocurre que un año luz es una unidad de distancia, que equivale aproximadamente a 9,46 × 1012  km = 9 460 730 472 580,8 km. Una distancia inmensa e inimaginable que quizás pueda hacer referencia a la distancia que se va abriendo en la pareja protagonista, Viri y Nedra, y que remite a la fugacidad de los mejores años de la vida de esta pareja, así como a su lejanía y luminosidad.
Sobre el autor se puede consultar la etiqueta correspondiente de la reseña de su libro de relatos La última noche.


No hay una vida completa. Hay solo fragmentos. Hemos nacido para no tener nada, para que todo se nos escurra entre los dedos. Y, sin embargo, esta pérdida, este diluvio de encuentros, luchas, sueños… hay que ser irreflexivo, como una tortuga. Hay que ser resuelto, ciego. Porque cualquier cosa que hagamos, incluso que no hagamos, nos impide hacer la cosa opuesta. Los actos demuelen sus alternativas, he aquí la paradoja. La vida, por tanto, consiste en elecciones, cada cual definitiva y de poca trascendencia, como tirar piedras al mar (p. 48).

La pareja protagonista está escindida, tras vivir una época luminosa y feliz ambos han aceptado que la pasión ha terminado y que su amor se ha perdido. Pese a ello siguen unidos durante un tiempo para proteger a sus dos hijas, lo que no evita que ambos establezcan otras relaciones con amantes aceptables. Al autor le interesa reflexionar sobre la fragilidad de las emociones y los afectos, sobre la facilidad con que se establece una distancia inmensa en una pareja y es imposible recuperar el amor que les unió, sobre la fugacidad del amor.
Salter utiliza el recurso de capítulos y frases breves con contenido poético, en muchas ocasiones, especialmente cuando habla del paisaje y de los ambientes.

Los días habían perdido su calor. A veces, al mediodía, como a manera de despedida, había una hora o dos de clima veraniego que pasaban enseguida. En los puestos de huertos vecinos había manzanas duras y amarillas, rebosantes de zumo sustancioso. Explotaban contra los dientes, salpicaban motas blancas como argumentos. En los campos lejanos, mares de tierra húmeda y fría, lejos de las ciudades, había aún tomates adheridos a las lianas (p. 94).

Los capítulos tan solo tienen en común la familia protagonista y la novela va avanzando con elementos aparentemente triviales como una cena, una charla, una salida por la ciudad para comprar. Todo parece trivial pero nos va alertando de que la relación del matrimonio no es tan perfecta como parece. He vuelto a apreciar en esta novela lo que destaque cuando leí sus relatos en La última noche, que Salter escribe a pinceladas, breves impresiones de color que solo al final toman cuerpo y te permite apreciar el conjunto.
Salter, le dedica tanto espacio, o más, a la descripción de paisajes que a la de los personajes. Hay una excepción: Nedra. Un personaje al que le da una dimensión mucho más profunda y rica que a su marido, Viri. Una mujer que encarna la transición que llevó a cabo la mujer en el siglo XX desde el espacio doméstico, al que tenía que dedicarse en cuerpo y alma y en el que debía sentirse plena, a la libertad y la búsqueda de la felicidad rompiendo convenciones y estereotipos.
Su vida era suya. Ya no estaba a merced de quien quisiera tomarla (p. 325). La libertad de la que hablaba era la conquista de una misma. No era un estado natural. Estaba destinado solamente a quienes lo arriesgaran todo por conseguirla, a quienes eran conscientes de que sin ella la vida consistía únicamente en apetitos hasta que te quedabas sin dientes (p. 329).

La lectura de Años luz te introduce en un torbellino de sensaciones cuando sus personajes se mueven y luchan por encontrar la plenitud que equivale a la felicidad. En esa lucha sin cuartel se van manifestando grietas y fisuras que muestran la complejidad del ser humano y la facilidad que tiene para buscar “salidas falsas” para abandonar la soledad que pesa como una losa.

No había logrado nada. Tenía su vida –no valía gran cosa-, que no era como una que, aunque consumada, hubiese sido realmente notable. Si hubiese tenido el valor, pensó, si hubiese tenido fe. Nos protegemos como si eso fuera importante, y siempre lo hacemos a expensas de otros. Nos acaparamos. Triunfamos si ellos fracasan, somos sabios si ellos son necios, y seguimos adelante, aferrados, hasta que no queda nadie, hasta que no nos queda más compañía que Dios. En quien no creemos. De quien sabemos que no existe (p. 366).

Una novela que atrapa sin darte cuenta: un silencio, un comentario, un mal gesto, una chispa de rabia… y acabas atrapado sin poder dejar de leer.



miércoles, 27 de noviembre de 2013

JAZZ, LUCIANA SOUZA

En dos semanas, especialmente en la semana del 11 al 17 de noviembre, he asistido a varios conciertos de jazz aprovechando la oferta relacionada con el 45 Festival Internacional de Jazz de Barcelona. 

Quizás por cansancio, combinar el trabajo con salidas nocturnas no es fácil, algunas de mis expectativas se han visto algo frustradas. Pero el domingo 17 me estaba reservado mi mejor concierto cuando ya no lo esperaba. La tarde del domingo no presagiaba nada bueno porque caía una lluvia intensa y hacía frío. 




En un pequeño escenario, el de Luz de Gas, una menuda mujer, Luciana Souza, que tocaba algunos instrumentos de percusión, y el extraordinario guitarrista, Romero Lubambo, lograron por fin que me olvidara del reloj.


Pese a lo que me gusta la música, especialmente, síii, el jazz, no suelo escribir en este espacio central de ese tema (me pasa igual con el cine) porque no sé lo suficiente para hacerlo sin caer en lugares comunes. Solo me “atrevo” cuando algo me ha entusiasmado y este es el caso.



Luciana Souza es una excelente vocalistas del jazz. Hija de la poetisa Teresa Souza y del cantante, guitarrista y compositor Walter Santos, Souza considera que la música humaniza a las personas y las contagia de dulzura e inteligencia, por lo que considera fundamental expandir las artes y la cultura en todas las sociedades. 

Con una simpatía natural nada esnobista, Souza cantó temas de dos discos, The Book of Chet, con el que rindió homenaje al gran trompetista y cantante Chet Baker, y Duos III, el último de una serie de grabaciones con las que reinterpreta canciones clásicas de Brasil. Me atrajo su autenticidad, su sencillez y sobriedad al cantar sus temas acompañada tan solo por la excelencia de la guitarra de Lubambo y la simple percusión que aportaba la propia Souza. Escuchar a esa vocalista es transitar por un mundo de sensibilidad, belleza, emoción y calidez. Hubo muchos temas que me gustaron pero voy a destacar este As rosas nao falam (Las rosas no hablan): 


 Me quejo a las rosas, pero que absurdo
 las rosas no hablan.
 Simplemente las rosas exhalan
 el perfume que te roban a ti.

sábado, 23 de noviembre de 2013

LEER Y LEER... ÁNGEL GABILONDO, Darse a la lectura.

JULIETTE TANG

La lectura es una operación de la vida, y de la misma manera que la vida es trayecto, como dice Cavafis, la lectura nos permite transitar por los mil y un rincones y recovecos que la imaginación construye para viajar, divagar, sentir, experimentar y pensar.
Leer nos permite, con tan solo un libro en la mano y un cómodo sillón, adentrarnos en espacios, personajes, dramas y risas, amores y odios, sin que haya límites de tiempo y espacio.
Ensimismarnos con la lectura es entrar en otra dimensión, en otro mundo, en otra vida. Cerrar la última página del libro es un pequeño drama que solo compensa abrir las tapas del nuevo.
Viajar leyendo, leer viajando, vivir la vida en la lectura, leer para vivir la vida.
Laura Uve

Podría escribir y escribir hasta provocar el aburrimiento sobre lo que significa para mi la lectura, Gabilondo lo dice tan bien que le cedo a él la palabra.


El libro lo compré porque leí unos fragmentos, que me gustaron mucho, en un blog que no recuerdo (y he buscado en varios a ver si encontraba la referencia sin lograrlo).
El libro tiene 205 páginas y el título hace alusión a la entrega del lector que, enamorado de la palabra, se presta, se da a la lectura. Estamos ante un manifiesto en favor de vivir la vida acompañada, siempre, de la lectura.


Ángel Gabilondo (1949), Catedrático de Metafísica de la Universidad Autónoma de Madrid, fue Ministro de Educación entre 2009 y 2011. Y, pese a ser el iniciador de los recortes en materia de educación, he leído su libro sin prevención.
He escrito tantos fragmentos de este libro en el lateral que no sé si puedo decir algo de cierta originalidad. Hablar de la lectura es, para mí, un gancho insuperable. He dicho en más de una ocasión que no concibo la vida sin leer, he escrito numerosas veces sobre el significado de la lectura e incluso tengo una especie de sección dedicada a esa pasión por la lectura en ese espacio tan peculiar, y caótico, como es el lateral.
El libro está construido alrededor de breves capítulos, que no están numerados, pero que son 32, más una presentación y un punto final.

JULIETTE TANG

Leyendo no se entretiene la vida, es la vida. Vivir entre libros conlleva una elección personal que descarta otras posibilidades, no de ocio, porque leer es vital, pero sí de reflexión y meditación. Leer con detenimiento, con concentración, con libertad de criterio, es leer para construirnos, para definirnos. Es siempre una opción arriesgada puesto que nos compromete con las certezas que destilamos de la lectura.
Como he reproducido muchos fragmentos, y lo seguiré haciendo, selecciono uno entre los que más me han gustado:

Llegar a ser de palabra es tarea de toda una vida y la lectura no es una actividad de tiempo libre respecto de dicha tarea. Leer actúa en esa dirección cuando no trata de ocultar, desde una adecuada consideración de la justicia y de la dignidad, lo que es intolerable. Señalamos que éticamente insoportable. Hemos de recordar que la ética no es un estado interior, es un espacio que hemos de crear y de recrear, donde se ofrecen las condiciones y las posibilidades de una vida de justicia y de libertad. La lectura incide de modo determinante en la configuración de ese espacio (p. 191).


Muy recomendable para quien disfruta leyendo y está dispuesto a darse a la lectura.


Imágenes tomadas de google excepto la portada del libro

sábado, 16 de noviembre de 2013

PAUL AUSTER, Leviatán.

En más de una ocasión he dicho que me considero austeriana aunque no he leído, ni mucho menos, todas las obras de Auster. Mi intención es hacerlo poco a poco, así que me dejo guiar por la intuición o por comentarios que oigo o leo sobre sus obras. Leviatán era una obra que quería leer y le llegó su momento, no puedo añadir ningún otro motivo para su lectura.


Leviatán es una bestia marina del Antiguo Testamento, a menudo asociada con Satanás, creada por Dios. El término Leviatán ha sido reutilizado en la actualidad, en numerosas ocasiones, como sinónimo de gran monstruo. En la novela de Auster es el título que le da a su libro para conmemorar lo que nunca existirá, el mismo título que su personaje principal, Benjamín Sachs, planeaba usar para el suyo (p. 161).
Sobre el autor no añadiré más información, puede consultarse en la etiqueta correspondiente o a través de otros medios puesto que es suficientemente conocido.


Esta obra me ha parecido peculiar respecto a las demás que he leído del autor. Me explico. Una característica de las novelas de Auster es que explica muchas historias con personajes diferentes y luego esas historias se van entretejiendo entre sí de forma asombrosa. Aunque algo de eso hay en esta novela, no me parece que domine como acostumbra en otras novelas como La trilogía de Nueva York o Brooklyn Follies.

Decía en la reseña sobre La trilogía de Nueva York que Auster es el escritor del azar y de la contingencia, no cree en la causalidad y persigue en lo cotidiano las bifurcaciones surgidas por hechos aparentemente anodinos. En esta novela es así sin duda alguna, todo empieza con un muerto anónimo en una carretera de Wisconsin un día de 1990. A un hombre le estalla una bomba y vuela en mil pedazos, pero hay alguien, un amigo, que sabe quién es y empieza a escribir su historia, Leviatán, antes de que el FBI conozca su identidad y lo convierta en un personaje que no es. Así empieza Peter Aaron a escribir sobre Benjamín Sachs, un escritor, un activista, un hombre que ama y es amado.

Sachs, se dice en la novela, tenía un modelo en Henry David Thoreau (1817-62), y su obra La desobediencia civil, un anarquista individualista que fue ensayista, naturalista y poeta y que Sachs admiraba por su planteamiento de vida y su actitud de implacable vigilancia interior (p. 39). Thoreau quería bastarse a sí mismo y en 1845 se retiró a una choza en las orillas del solitario estanque de Walden. La lectura de los clásicos, la composición literaria y la precisa observación de la naturaleza ocuparon sus días. Le gustaba la soledad. En una de sus páginas leemos: El hombre que encuentro suele ser menos instructivo que el silencio que rompe.

(…) Sachs llegó a ser considerado un caso atávico, alguien en discordia con el espíritu de la época. El mundo había cambiado a su alrededor y en el actual clima de egoísmo e intolerancia, de golpes de pecho, de americanismo imbécil, sus opiniones sonaban curiosamente duras y moralistas. Ya era bastante malo que la derecha estuviera en ascenso en todas partes, pero para él aún era más perturbador el colapso de cualquier oposición efectiva (p. 121)

Este fragmento es mucho más largo y extraordinario pero no quiero alargarlo, leedlo por favor. Auster es un maestro combinando lo anecdótico con lo que es importante, tejiendo la trama de novelas que van mostrándonos toda la riqueza y diversidad de los personajes y de sus emociones y sentimientos. En su literatura, y es el caso de esta novela, Auster es laberíntico y un auténtico mago al combinar realidad y ficción, atrapándonos en la trama que va tejiendo como si de una tela de araña se tratara. Peter está casado en segundas nupcias con una mujer que se llama Iris, mientras la segunda mujer de Auster se llama Siri, un juego que a Auster le gusta diseñar y sus fieles seguidores como yo disfrutamos con un cierto regodeo.

Lo mejor de sus novelas son los personajes complejos que va estructurando, en este caso destacaría a tres mujeres: Fanny, María Turner (inspirado en la artista conceptual Sophie Call) y Lillian Stern, las tres ligadas a Sachs. Señala María respecto a su amiga Lillian que le impresionaba ésta por:

(…) su absoluta libertad interior, su forma de vivir de acuerdo con sus propias normas sin importarle un comino lo que pensaran los demás (p. 89).

Y para acabar, mi mayor sorpresa porque yo lloro así:

Entonces ella empezó a llorar, mirándole fijamente y dejando que las lágrimas corriesen por sus mejillas, sin tocarlas, como si no quisiese reconocer que estaba allí. Era una forma orgullosa de llorar, pensó Sachs, a la vez una revelación de congoja y una negativa a someterse a ella, y la respetó por dominarse tan bien. Mientras las ignorase, mientras no se las secara, esas lágrimas no la humillarían (p. 228).


Sin duda recomiendo su lectura, una de las mejores novelas de Auster.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

FEMINIDAD

Cuando los revolucionarios franceses (y antes los ingleses y norteamericanos) clamaron Libertad, Igualdad y Fraternidad en 1789, tramaron en paralelo el modo de dejar fuera a muchos sectores de la sociedad: unos por no ser propietarios o blancos y otras, todas, por ser mujeres, pese a que algunas se identificaron con la revolución y lucieron la escarapela tricolor y la pica o espada del "pueblo en armas".


Se ocuparon de dividir la sociedad en dos espacios, el privado o doméstico era el de las mujeres, menores de edad eternas y, por ello, tuteladas siempre por un hombre. En ese espacio eran las “amas”, “reinas”, “ángeles” del hogar y en torno al cuidado de ese espacio y de quienes en él vivían orquestaron los parámetros de lo que era “ser mujer”, de su comportamiento y de su feminidad.

El otro espacio era el público, el del trabajo, la cultura, la educación, la política, etc, en definitiva el de la ciudadanía. Ahí solo cabían hombres, la “mujer pública” era otro tema en el que hoy no voy a entrar.

Las mujeres buscaron, y encontraron, muchos resquicios y recovecos por los que internarse en el espacio público. Clamaron y lucharon por incorporarse a él pensando que era la solución a miles de años de marginación. Hoy sabemos que no era más que una etapa y que no hay avances definitivos (me preocupa especialmente el crecimiento de la violencia de género que están sufriendo adolescentes de 14 años).















Uno de esos recovecos por los que las mujeres han transitado hasta hoy es el de construir una feminidad partiendo de un instrumento de poder o de camuflaje: el pantalón masculino. Todavía en 1970 las diputadas francesas Denise Cacheux (socialista) y Michèle Alliot-Marie (gaullista) fueron expulsadas de la Asamblea Nacional por llevar pantalones. Ofendidas, respondieron que si ese era el problema, inmediatamente se los quitaban.



Uno de los primeros ensayos que me permitieron iniciar un soliloquio conmigo misma, también durante unos años en grupo, respecto a lo que significaba la feminidad fue el de Betty Friedan. Mi ejemplar de su obra está muy leído y manoseado. Publicado  en 1963 reflexionó largamente sobre la concepción paternalista de la vida femenina, que definió como un “confortable campo de concentración”, que provocaba un “malestar sin nombre” que se manifestaba a través del suicidio, la depresión o el alcoholismo. Su obra es un canto a la liberación de la “mística de la feminidad”, es decir, de su status de sometimiento y dominio.

Un elemento que ha definido siempre los estándares de feminidad es el “estilo femenino” impuesto por el gusto del hombre y que muchas mujeres han rechazado, desde los culottes que George Sand adoptó en el siglo XIX para recorrer con comodidad las calles de París, el estilo masculino, sinónimo de comodidad, libertad y sensualidad, ha sido reconstruido y recreado por muchas mujeres.



Colette se cortó el pelo en 1902, casi a la vez que escandalizaba con sus novelas, siendo uno de los rostros más reproducidos de la garçonne y, con el paso del tiempo, símbolo de la feminidad.



Louise Brooks, actriz de éxito en el cine mudo en los años veinte, se cortó el pelo y lució una silueta longuilínea además de beber, fumar o mantener relaciones esporádicas que no ocultaba. Muy crítica con Hollywood, abandonó su carrera como actriz con 22 años. Su estilo fue el paradigma de las flappers.




Marlene Dietrich, también actriz ya famosa en la década de los treinta, deslumbró con su presencia e innegable glamour, reforzado por una actitud de mujer libre y autónoma. Vistió como nadie el traje masculino y el esmoquin  y lo convirtió en una prenda sensual y femenina.




Audrey Hepburn, otra actriz que optó por una estética ambigua exhibiendo un aire masculino y femenino a la vez: pelo corto, zapato plano, pantalón y rostro natural, son imitados aún hoy.




Françoise Sagan, intelectual que con solo 18 años conmocionó las letras francesas con su Buenos días, tristeza, una primera novela en la que narraba el despertar sexual de una adolescente. Esbelta, con el pelo corto y un maquillaje discreto, Sagan cultivó la ambigüedad de sus rasgos y se convirtió en la musa intelectual de muchos diseñadores como Yves Saint Laurent.



Hoy muchas mujeres, otro icono es Inés de la Fressange, siguen reconstruyendo una feminidad liberadora y marcando algo que es fundamental, que la feminidad no está en una falda, en unos tacones o en una melena. Ni siquiera está en el pantalón o en el pelo corto. La feminidad está dentro de nosotras y la mostramos a través de múltiples facetas. ¡Y qué difícil es no someterla a las modas y standars de género!

Y así termino este soliloquio que mucho me temo ha entrado en deriva y se ha alargado, quizás, más de la cuenta. Si así fuere, disculpadme y no me lo tengáis en cuenta.

Imágenes tomadas de google

sábado, 2 de noviembre de 2013

Pasiones en busca de narrador y JEFFREY EUGENIDES, Middlesex.

MICHAEL PARKES

Me costó mucho confesar que cuando leo ficción, en cierta manera, me busco en los personajes y en las emociones y pasiones que les mueven. En cierta manera, como señala Ángel Gabilondo, soñar e imaginar pueden ser otros modos de construcción, de configuración, de conformación, cuando se corresponden con nuestro deseo. El lector/a, por tanto, puede  ser un creador al desbordar al autor desde su propia vida y, a la vez, en la narración podemos encontrar la posibilidad de comprendernos mejor e incluso de hallar conexiones y proyecciones que nunca habíamos concebido.

¿Creéis que estoy pallá? Puede ser. En todo caso esta novela es una fuente constante de sorpresas y de entrecruces de realidad y ficción.

JEFFREY EUGENIDES, Middlesex
Leí sobre el autor, y sus obras, en “Babelia”, me interesaron y decidí probar con esta obra que recibió el Premio Pulitzer en el 2003.



La novela tiene 676 páginas y su título se refiere a la casa, situada en Bulevar Middlesex, donde el narrador vive su adolescencia y el descubrimiento de su peculiaridad.
J. Eugenides nació en Detroit en 1960 y es de ascendencia griega (igual que el protagonista de la novela Cal Stephanides). Se licenció en la Universidad de Brown y realizó un máster en escritura creativa (¡¡qué cosas!!). Vivió en Berlín con su familia entre 1997 y 2004 (y sí, también Cal vive en la capital alemana durante un tiempo). Está casado con la artista Karen Yamauchi (sí, sí, sí, Cal se enamora de una mujer asiática) y viven en Princeton, New Jersey. Eugenides es muy reacio a las apariciones públicas o a divulgar detalles de su vida privada (salvo en sus novelas, puesto que los paralelismos de Middlesex con su vida son muy evidentes). 



Solo ha publicado tres novelas y ese hecho, para mí, habla muy a su favor, se trata de Las vígenes suicidas (1993), adaptada al cine en 1999 por Sofía Coppola, la obra que reseño que es de 2002 y La trama nupcial (2011).No escribe como “churros”, reposa la escritura de sus obras y ese es un dato a valorar mucho.
La novela explica una peculiar saga familiar que comienza con Desdémona y Lefty Stephanides, los abuelos de Cal, que vivían en una pequeña aldea cerca de Smirna y pertenecían a la comunidad griega de Turquía.

(…) la voluptuosa figura de Desdémona. Tenía un cuerpo que era un continuo bochorno para ella. Se le anunciaba siempre de una forma que merecía su desaprobación. (…) las perfecciones femeninas de Desdémona escapaban al control de su apagada y restrictiva vestimenta. Bajo la agitación del cuerpo, la cara enmarcada en el pañuelo permanecía aparte, con aie un tanto escandalizado por lo que se traían entre manos sus pechos y caderas (p. 37).

Cuando huyen por la guerra entre esos dos países se embarcan camino de Estados Unidos. Les une la vulneración de un gran tabú que mantendrán en secreto. Esta pareja tendrá a sus hijos que a su vez, en un juego de consanguinidades bastante especial, tendrán a Caliope, una persona más especial aún. Cal es quien guía el relato que abarca la historia de esta familia con un tono que combina con habilidad pasajes dramáticos con otros llenos de humor.

Begin the Beguine”, el gran éxito de Artie Shaw, flota en el húmedo ambiente. Paraliza a las ardillas, que en los cables del teléfono inclinan la cabeza para oír mejor. Arranca un susurro a las hojas de los manzanos, haciendo girar el gallo de una veleta. Con su movido ritmo y su ondulante melodía, “Begin the Beguine”, sobrevuela el césped, los jardines, las mesas y los bancos, las mecedoras de los porches y las cercas estranguladas por zarzamoras (…) (p. 219).

He leído Middlesex en las peores condiciones posibles, con poco tiempo, tensa y preocupada por el proyecto en el que estaba embarcada, pese a ello he disfrutado la novela de principio a fin por estar poblada de personajes e historias interesantes que no quiero desvelar aquí. Algunas de ellas me resultan tan cercanas que me cuesta entender que lo sean, salvo si acabo aceptando que la vida viene a ser una ficción y nosotros seres de ficción. Esta breve descripción tiene para mi un significado más allá de la novela:

Emitía un sonido no carente de embrujo, una mezcla de flauta y fagot, arrastrando levemente las consonantes, pronunciándolo todo con una especie de jadeo y precipitación (p. 390). 


A veces resulta excesivamente preocupado por el detalle. Todo es nombrado. Las descripciones físicas de los personajes, su ropa, el escenario que lo rodea, la historia de las ciudades, etc. 

Me apunto la lectura de las otras dos obras. Recomendable, sin duda.